En una fecha tan clarividente como 1936, la estadounidense Clare Boothe Luce escribió The Women, una obra teatral coral protagonizada por personajes femeninos que disecciona, desde una mirada satírica, la estructura socioemocional del constructo femenino moderno. A través de diálogos afilados envueltos en situaciones domésticas transformadas en campos de batalla, Luce retrata un ecosistema culturalmente blindado donde —como afirma uno de sus personajes— Who does? — Oh, Mother, what fun is there to be a lady? / «¿Quién? — Ay, madre, ¿qué gracia tiene ser una dama?» se condensa la identidad y las expectativas sociales atribuidas a las mujeres, comenzando a intuir el colapso del modelo patriarcal sin haber todavía formulado su propia crítica consciente, acercándose de forma intuitiva, casi profética.
Pocos años antes, Virginia Woolf escribiría Una habitación propia (1929), texto clave de la teoría feminista que emerge desde la plena consciencia, la voz literaria y el factor social como elemento central en el constructo libertario simbólico. Casi ocho décadas más tarde, Silvia Federici publicaría Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación primitiva (2004), un alegato sociofeminista que relee el nacimiento del capitalismo como un proceso de control del cuerpo y la sexualidad de las mujeres.
De esta genealogía literaria, cultural y sociopolítica beberán artistas visuales que, desde los años setenta, transformaron las sucesivas “olas” del feminismo en gestos visuales, dispositivos de apropiación del discurso patriarcal a través de su propio lenguaje y estudio de su propia identidad. Cindy Sherman, Nan Goldin o Jenny Holzer encarnan esa deriva teórica canalizada en su particular praxis: creadoras que convirtieron la mirada —y en ocasiones también el cuerpo— en terreno de disputa, desplazando la representación hacia una meticulosa observación de los signos de género, deseo, apariencia y poder.


De Boothe Luce se tomará precisamente el título para la actual exposición de Cindy Sherman (Glen Ridge, New Jersey, 1954), The Women, presentada en la sede menorquina de Hauser & Wirth; su primera muestra individual en territorio nacional en más de dos décadas, que entronca con este ideario. La exposición despliega un recorrido monográfico que abarca desde sus primeras series de los años setenta hasta trabajos recientes de la década de 2010, trazando una espiral infinita e insurrecta de identidades, máscaras y autorretratos que, como en la obra teatral de Luce, revelan las convenciones que estructuran el concepto cultural de expectativas generado alrededor de “ser mujer”.
La muestra ofrece un recorrido por series como Untitled Film Stills (1977–1980), Ominous Landscape (2010) o Murder Mystery (1976), donde la artista estadounidense articula su particular universo visual: incisivo, ambiguo y diverso. Sherman —fotógrafa de sí misma, pero nunca autobiográfica— convierte el rostro, el disfraz y el escenario en un artefacto capaz de desmontar arquetipos, a partir de una trayectoria ciertamente atípica. Metafotógrafa-performer desde un acervo crítico que reinterpreta continuamente el canon iconográfico del siglo XX, su obra muestra que la identidad no es un punto de partida, sino una superficie en perpetua y continua mutación; un caleidoscopio roto donde la historia del arte y la cultura de masas se reflejan deformadas.
En las imágenes de Sherman, cada personaje es un eco de una imagen anterior: la fugitiva, la amante, la diva, el icono religioso. Todas encarnan los clichés visuales que el cine, la moda, la historia del arte y la publicidad han sedimentado a lo largo del tiempo en el conocimiento colectivo. Sin embargo, soterrado bajo esa superficie reconocible se abre una grieta evidente: algo en la mirada se descompone, el gesto se torna extraño, la máscara deja entrever desaliento e ironía. Sherman no interpreta personajes, sino los signos mismos de la representación; lejos de retratar mujeres, a través de su práctica captura la maquinaria cultural que las fabrica.


Esa distancia irónica —habitando de alguna forma el simulacro cultural— hace de Sherman una figura clave (y casi mítica) en la crítica posmoderna de la identidad. Su trabajo no busca ofrecer nuevas imágenes del cuerpo femenino, sino mostrar los mecanismos mediante los cuales la imagen produce el cuerpo. Así, The Women no es solo una mera cita de Clare Boothe Luce, sino una relectura de todo un imaginario escindido: un espejo que distorsiona y en el que la feminidad, despojada de su épica narrativa heroica, revela su artificio, sus costuras y sus sombras.

