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El no jardín

Exposición del artista Sergio Gómez -Srger- en la galería Herrero de Tejada del 13.02 al 20.04.

Uno de los aspectos más interesantes con los que ha tenido que lidiar el jardín a lo largo de su historia es el delicado equilibrio entre el artificio y la naturaleza: la decisión consciente y el azar silvestre[1]. Podar, escardar, arrancar lo que sobra —o lo que creemos que sobra— es un gesto casi ritual. Sin embargo, por más que desnudemos al jardín hasta sus huesos, siempre habrá algo que se escapa de las tijeras, un rincón donde lo salvaje reclama su soberanía.

Hierbas diminutas que se deslizan entre las grietas de las baldosas, brotes
clandestinos al pie de las rosas, la persistencia de la hiedra en su asalto contra los muros. El jardín no es solo el resultado de nuestras manos, sino de una conspiración silenciosa entre las fuerzas que no podemos controlar: el viento que arrastra semillas desconocidas, las raíces que perforan el suelo en busca de agua, la humedad que convierte el musgo en un tapiz esmeralda.

A veces, uno se siente como un intruso en su propio terreno. El abono que cuidadosamente preparamos deviene en alimento para hongos inesperados; los
arbustos que podamos resucitan en formas aún más intrincadas, como si se rebelan contra nuestras reglas. Hay momentos en que el desorden parece tener una intención secreta, una coreografía que excede nuestro entendimiento. 

“Corregir es pintar II” (2024), Sergio Gómez / SRGER. Obra perteneciente a la exposición “El no jardín” de Herrero de Tejada. Cortesía del artista y la galería.
“Solo son mensajeros” (2024), Sergio Gómez / SRGER. Obra perteneciente a la exposición “El no jardín” de Herrero de Tejada. Cortesía del artista y la galería.

El jardinero persigue líneas rectas, simetrías; el jardín prefiere curvas y asimetrías. Y en esa tensión, en esa pelea cotidiana, el jardín cobra vida. Un espacio cubierto de musgo, ligeramente misterioso; un rincón donde las ortigas crecen entre maderas podridas y el silencio se asemeja a un pozo. Allí, donde el control se disuelve, es donde la vida del jardín alcanza su plenitud.

La idea del no-jardín en esta exposición de Sergio Gómez (Sevilla, 1983) se convierte en una subversión poética de lo que entendemos por belleza y orden. En un jardín tradicional, la atención se concentra en aquello que ha sido cuidadosamente seleccionado, cultivado y expuesto para ser admirado. 

El jardín celebra la plenitud, el equilibrio, el florecimiento organizado. Pero el no-jardín de Sergio Gómez nos desplaza hacia lo que queda fuera de esa lógica. Aquí no hay flores centrales que reclamen nuestra atención, ni senderos que guíen el recorrido; en su lugar, nos encontramos con un terreno inexplorado, donde hay lugar para lo extraño y lo inadvertido.

En este no-jardín, las zonas grises, las manchas, los espacios que parecen vacíos o incluso caóticos, se convierten en los pilares de su narrativa pictórica. Son estos elementos, a menudo ignorados o percibidos como residuales, los que nos obligan a replantear cómo entendemos el acto de mirar. Sergio Gómez desplaza nuestra atención hacia esos márgenes, esas zonas ambiguas donde el cuadro respira otra intensidad. Las manchas que persisten – aunque podrían haber sido borradas o escondidas bajo nuevas capas de pintura – simbolizan una resistencia, una declaración de que Cada rincón[2] puede ser un lugar por explorar.

“El centro de mi parterre” (2024), Sergio Gómez / SRGER. Obra perteneciente a la exposición “El no jardín” de Herrero de Tejada. Cortesía del artista y la galería.

Todo cabe en este no-jardín, solo basta con dirigir la mirada hacia esos espacios, habitarlos y dejarlos ser. En este espacio pictórico, lo salvaje no es una amenaza, sino una posibilidad: un territorio donde lo inesperado florece y donde el espectador debe renunciar a cualquier idea de equilibrio para habitarlo plenamente.

El no-jardín de Sergio Gómez no es un lugar de certezas ni de belleza fácil. Es un espacio que nos reta a encontrar significado en lo que normalmente ignoramos, en lo tenue, en lo ambiguo, en lo que no pide ser visto pero, una vez observado, transforma nuestra percepción. Sergio Gómez nos muestra que lo que queda fuera de los focos es tan esencial como lo que se encuentra en el centro. Desde las raíces que se ocultan en las capas más profundas, hasta las superficies donde éstas florecen. Aquí, lo que no se ve es tan importante como lo que se muestra; lo que queda bajo tierra, como en el jardín, sustenta todo lo demás.

NOTAS AL PIE

[1] El jardín contra el tiempo de Olivia Laing. 

[2] Cada rincón es el título que da nombre a una de las series que forman parte de la exposición. 

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