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El delirio realista de Isabel Quintanilla

"El realismo íntimo de Isabel Quintanilla" es una exhibición del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza que gira alrededor del "universo Quintanilla", el imaginario de la artista, perteneciente al grupo del "realismo madrileño".

"El realismo íntimo de Isabel Quintanilla" celebra la obra de Isabel Quintanilla (Madrid, 1938- Brunete, 2017), integrante de ese realismo madrileño que retrataba lo cotidiano y cercano desde una belleza a medio camino entre lo espiritual y lo terrenal. Esta retrospectiva de la artista cobra una especial relevancia en relación a su legado, y es que es la primera gran exhibición en una institución museística nacional que se realiza en torno a su vida y obra. En el madrileño Museo Thyssen hasta el 02.06.24

Pinto siempre lo cercano/lo que me llega/lo que vivo/con lo que me compenetro; decía Isabel Quintanilla. La pintura era su vida y su vida era la pintura. Esta artista madrileña siguió creando hasta el final de sus días: un bodegón con frutas es su última obra, fechada semanas antes de su muerte. El retrato sincero de las escenas mundanas, cercanas, que entraña una dificultad mayor en su representación. ¿Cómo crear belleza a través de lo cotidianamente evidente y opaco?

Aquellos artífices, capaces de captar con intuición y magnificencia la viveza social y lo común de la realidad española de mediados de siglo, se engloban bajo la etiqueta de “realismo madrileño”. Esta agrupación apolítica formada por Isabel Quintanilla, María Moreno, Amalia Avia, Esperanza Parada, Antonio López y los hermanos Francisco y Julio López, surge en pleno fulgor del informalismo en España. El nexo de unión era sencillamente la amistad. Todos se conocieron en la Escuela de Bellas Artes. Posteriormente, la camadería se afianzó por los diversos matrimonios que nacieron entre ellos: Isabel y Francisco, Antonio y María, Esperanza y Julio. Compartían salidas y modos de ver la pintura. El mercado y su público -amén de una cierta estructura patriarcal en el canon pictórico, en ocasiones impredecible- fueron llevando por distintos derroteros a cada uno de los individuos del clan. La obra de Isabel Quintanilla (Madrid, 1938- Brunete, 2017) -o Maribel como era conocida entre su círculo íntimo- cobra una especial relevancia en Alemania, mientras que en España es una figura olvidada por gran parte de los organismos públicos: «Desde principios de los 70, Quintanilla empezó a colaborar con marchantes y galeristas alemanes que supieron entender su trabajo y presentarlo de forma inteligente, coherente y continuada por todo el país. Isabel se sintió respetada, comprendida por esas personas (Ernest Wuthenow, Herbert-Meyer, Hans Brockstedt…) y por el público germano y se mantuvo fiel a los que creían en ella. En España tuvo también su público, que se lo demostró comprando obra para sus colecciones privadas, cosa que no sucedió en ningún momento por parte de las autoridades lo que hace que apenas esté representada en instituciones públicas», en palabras de Leticia de Cos, comisaria de la exhibición que celebra la obra de la artista madrileña este año en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Isabel Quintanilla pintando Gran interior (1973). Fotografía de Stefan Moses
© Isabel Quintanilla. VEGAP, Madrid, 2024. Cortesía de Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
Lavabo del colegio de Santa María (1968), Isabel  Quintanilla. Óleo sobre tabla, 100 × 70 cm. Colección privada, Alemania. © Isabel Quintanilla. VEGAP, Madrid, 2024. Cortesía de Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

El delirio realista, la presentación del objeto en sí mismo, bañado con la nostalgia lírica está presente en El realismo íntimo de Isabel Quintanilla, la primera retrospectiva a una pintora española inserta en la corriente del realismo contemporáneo en el Museo Thyssen, que ocupará las salas de esta institución hasta junio de 2024. En la muestra se recrea el mundo Quintanilla a partir de un centenar de objetos que forman parte del universo de la artista, junto a sus principales y más destacados trabajos. Ese mundo Quintanilla, por fin elogiado entre las paredes de un gran museo nacional, llega 7 años después de su fallecimiento. Sin embargo, la reparación a su memoria empieza con la exhibición que le precede del 2016, Realistas de Madrid, y que es, sin duda, su preámbulo. Así, según De Cos, esta exposición -dividida cronológica y temáticamente- presenta la selección más completa que podría concebirse para entender su concepción de la pintura.

La poética de Quintanilla se centra en una sincera y profunda mirada hacia lo cercano y sus devenires. Es crucial diferenciar la pintura de Quintanilla -y por ende, de los artistas del realismo madrileño- de los trabajos creados bajo la corriente del hiperrealismo norteamericano. Aquella se enfrasca en la sencillez de los motivos, enalteciendo y dignificando lo cotidiano y el dominio de la técnica del dibujo. La aspiración colectiva del grupo de Madrid era el realismo, sin manifiestos ni ideario común, solo la pura demostración a través de su pintura. Están alejados de la representación y la objetividad que aporta la fotografía, cuestión relacionada íntimamente con la intención de superación de lo real por parte de la tendencia estadounidense de los años 70 y su verismo sucio y desentonado. Más aún, Quintanilla se sirve de una depurada y trabajada técnica que la hace escudriñar la luz y los objetos que, como en una danza, provocan un reencuentro con nuestro propio mundo, como diría Mª del Pilar Garrido Redondo en su investigación sobre la artista. Con una sólida formación académica, Quintanilla busca sus fundamentos en la tradición pictórica occidental y, más concretamente, en la figuración española. Los protagonistas de sus obras son entes corrientes: una máquina de coser (Homenaje a mi madre, 1971), un vaso (Vaso, 1969), una puerta abierta (La puerta roja, 1978) o unos cubiertos (Cubiertos con membrillos, 1973. El naturalismo es el leitmotiv del trabajo de Quintanilla y lo que más provoca de su mensaje es aquello que está ausente, en un perfecto equilibrio emprendido entre emoción y maestría. La obra de Isabel Quintanilla, soledad tamizada por una sensibilidad aguda y exquisita que nos deleita con una interpelación tácita a nuestros propios recuerdos.

Vaso sobre la nevera (1972), Isabel Quintanilla. Lápiz sobre papel, 48 × 36,5 cm . Galerie Brockstedt, Berlín. © Isabel Quintanilla. VEGAP, Madrid, 2024. Cortesía de Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Imagen cabecera: detalle de Un clavel blanco (1974), Isabel Quintanilla. Óleo sobre tabla, 42 × 33 cm. Colección privada, Madrid. © Isabel Quintanilla. VEGAP, Madrid, 2024. Crédito fotográfico Jonas Bel. Cortesía de Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

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