Los espejos de obsidiana devuelven sombras, nos recuerda el comisario y artista Miguel Ángel Blanco citando a Plinio el Viejo. Dos ejemplares se conservan actualmente en territorio nacional —uno en el Museo de América y otro en el Museo Nacional de Ciencias Naturales—, que se suman a los que se encuentran en el resto de museos europeos. El espejo de obsidiana es un objeto precolombino, vinculado en la cultura azteca al culto de la deidad Tezcatlipoca (traducido del náhuatl como espejo humeante), el dios que gobierna la noche.
Era “una herramienta de los hechiceros, usada para viajar a otros tiempos o lugares y adivinar el futuro. Como los libros, eran recipientes de sabiduría[1].” Objetos mágicos —que, de hecho, fueron asumidos como tales por los “magos” europeos, tal y como señala Blanco—, sagrados, rituales y casi míticos, elaborados con una roca ígnea: la obsidiana, material fundamental en la cultura mesoamericana.
Ese poderoso elemento mexica es una de las ideas conceptuales base de la exposición del artista Omar Mendoza (México, 1993), que debuta en la galería de Chicago Povos Gallery con SERPIENTE SOLAR 〰 NOCHE OBSIDIANA, un solo show curado por la crítica y comisaria Victoria Rivers, donde actualiza todo este imaginario del que forma parte.
En la muestra, Mendoza remite a los elementos más puros y esenciales —los círculos, las líneas rectas, los elementos que serpentean— en forma de lunas, soles y demás signos astronomágicos que explican y ordenan nuestra vida. Para la producción pictórica, el artista utiliza colorantes naturales como zacatlaxcalli, azul o verde maya, kina o cúrcuma. “Cuando dejé los óleos y acrílicos para volver a recolectar pigmentos en la naturaleza —afirma Mendoza[2]—, buscaba regresar al origen y cuestionar cómo la industria y el arte occidental han establecido y limitado nuestra percepción del color. Trabajar con pigmentos naturales es, para mí, un acto de resistencia. Estos colores son conocimiento vivo que comunidades en México siguen preservando. Utilizarlos me permite cuidar ese vínculo con la memoria y sentirme parte de una tradición que resiste y se transforma.”
En el texto curatorial que acompaña la exposición, Rivers relata cómo la creación nace del retorno: “Cuando su madre susurró esas plantas siguen ahí, en el pueblo de tu padre, Omar Mendoza comprendió que sus colores tenían geografía propia”. Del padre había heredado la paciencia que conoce los tiempos del oficio; de la madre, la observación de la naturaleza. En esa vuelta a casa convertida en investigación, regresó a Tlacuilotepec, Puebla, donde descubrió que el color surge de una danza milenaria entre fuego y agua, transmutando la planta del muitle, donde —según cuentan las memorias antiguas— “se juntaron, llegaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche” para dar nacimiento al color. Mendoza entendió que cada pigmento es memoria vegetal transformada por manos que escuchan, esperan y dejan que la materia hable. En esta revelación encontró el origen de su método: seguir “ese ritmo orgánico que no puede apresurarse, que sabe cuándo las semillas están listas para germinar, cuando los colores han encontrado su verdad.”
En esta búsqueda de la experiencia ancestral, Mendoza reivindica una lentitud que no solo define una forma de hacer, sino también una mirada hacia el mundo y la manera en que nos relacionamos con él: el tiempo que tarda un color en existir también forma parte de la obra. Así, el público puede observar y sentir la energía viva de los colores y las técnicas, sin una lectura fija o cerrada, desde esos “orígenes cósmicos donde el arte no es representación, sino recuerdo destilado.” Surge entonces un lenguaje pictórico literalmente vivo —agua, piedra, plantas, fuego, noche, serpientes de jade, estrellas, flores—, donde la pintura se convierte en un acto de reciprocidad con la tierra y sus ciclos. El artista nos recuerda que las cosmovisiones antiguas enseñan que no estamos por encima de la vida, sino dentro de ella. Comprender nuestro origen nos ofrece una posibilidad para orientarnos hacia el futuro con más conciencia e intención.
Con una serie de pinturas de diversos formatos, Omar Mendoza nos recuerda que la verdadera revolución consiste en mirar hacia atrás: observar el espejo humeante, asomarnos a su oscuridad y reconocer en ella nuestro propio reflejo. En ese gesto ancestral atisbamos los ecos de las visiones del astrólogo y oculista británico John Dee, que también buscó en la superficie negra de la obsidiana un modo de hablar con los ángeles. En el retorno de Mendoza, esa mirada se vuelve terrena; una danza astral entre materia y tiempo, donde el color se transforma en memoria, y la memoria, en destino.
NOTAS AL PIE
[1] Recogiendo las palabras de nuevo del ya citado Miguel Ángel Blanco que en 2013 comisario Historias Naturales donde tomó los dos espejos de obsidiana que están en museos españoles para formar parte de la muestra.
[2] En una conversación entre sirocomag y el artista a propósito de este artículo.