Al principio, solo había Caos: una forma vasta e infinita sin límite. La diosa primordial de la Tierra, Gea —Gaia—, nace de ese vacío, como madre de todos los seres vivos. Gea emerge fértil, eterna, poderosa, base de todo y todos. De sí misma, Gea engendró al Cielo —Urano—, al Mar —Ponto— y las Montañas y, posteriormente, de la unión con el propio Urano nacieron los Titanes, los Cíclopes y los Hecatónquiros. Sin embargo, la leyenda se torna oscura cuando, temiendo el poder de sus mismos vástagos, encerró a estos en las profundidad de Gea, infligiéndole un profundo dolor, que quedaría saldado con el castramiento de Urano por Cronos (el Titán más joven) que se alió con Gea. De la sangre de Urano nacieron los Gigantes, las Erinias y las Melíades, dando lugar a la era de los Titanes. Esta tensión tácita entre oscuridad y tinieblas y luz, fuerza vital y espacio expandido de las leyendas clásicas dialoga directamente con Square in the Forest, una exposición en Tha House, comisariada por Domenico de Chirico, a partir de la conversación entre los artistas Raúl Illarramendi (Caracas, Venezuela, 1982) y Diana Orving (Suecia, 1985). Dice De Chirico en el texto curatorial que esta exhibición (…) nos invita en cambio a una profunda reflexión sobre los conceptos de espacio, relación y transformación. El fenómeno del Antropoceno, caracterizado por la creciente interacción entre la ambición humana y el rechazo de la naturaleza, plantea cuestiones cruciales en relación con nuestro impacto en el mundo, su futuro y nuestra capacidad de adaptación y cambio. El título de la exposición evoca una paradoja entre el orden arquitectónico iluminado de una plaza y la naturaleza oscura, a veces opalescente, de un bosque —salvaje e impredecible— cuando lo besa el sol.
Sugiere la tensión entre lo estructurado y lo incontrolado, entre lo conocido y lo desconocido, entre lo racional y lo primordial. Reunidas aquí, las obras de Raúl Illarramendi y Diana Orving, a pesar de proceder de contextos y lenguajes diferentes, se entrelazan armoniosamente, creando un diálogo profundo, cohesionado e ininterrumpido. (…)


El origen, la maternidad, las crisálidas, las formas que se expanden y crean que representan los trabajos de Orving —citando a una Gea soterrada— crecen en un en espacio expansivo, que envuelve a un espectador ávido de conectar emocionalmente en un mundo urbano de caos, alejado de lo primigenio. Las piezas escultórico-instalativas —cuya base es la tela— de la artista sueca flotan entre lo orgánico y lo arquitectónico (…) suaves pero imponentes, y evocan imágenes de restos esqueléticos, velos de memoria o paisajes de modelados por manos invisibles[1]. La organicidad tangible y envolvente de Orving da paso a un Illarramendi terrenal, que con su serie pictórica de «no-dibujos» remite a la ausencia matérica y la huella, y, por tanto, a la fuerza, a lo táctil, a lo elemental que tanto temía Urano: el miedo hacia algo invisible cuyo poder nos trasciende. Juntos danzan, se transforman, nacen y mueren, creando un nuevo lugar elevado y cercano a esa una forma vasta e infinita sin límite de los inicios de todo.
La mirada del curador es clave, creando desde un principio de caos el más absoluto orden, que reside en la belleza de lo que percibimos, representando el zeitgeist del siglo XXI. Recogiendo uno de los textos más existenciales de las últimas décadas: Mi mente vestida de carne, mi carne vestida de cosmos[2].


NOTAS AL PIE
[1] Tal y como define el comisario a las propias obras.
[2] De la obra literaria Solenoide del autor rumano Mircea Cărtărescu.