Álvaro de los Ángeles -comisario y editor- alude a un poema de Dionisio Cañas[1] en el texto curatorial-ensayístico de Malditas formas, que conceptualiza la exposición actual de Jorge López Galería de Álvaro Porras y Eduardo Barco. Los versos -las palabras, los ritmos, la intención, el alma- son herramientas, a través de las cuales, el poeta interpreta la vida. La poesía se mueve (y mueve), es errante. Lo mismo sucede con el paisaje, la memoria.
La construcción de la identidad se desliga de cómo los artistas abordan sus piezas, pero también de cómo conciben los lugares alrededor de estas, las ausencias que quedan, el vacío. Las esculturas en su planitud -o la pintura expandida- son independientes al creador: nacen, se desarrollan y mueren, no les pertenecen. Igual que los versos, las personas. En este lugar donde nada es mío -en exposición hasta el 21.03.25- se erige como una forma de entender el espacio galerístico, entendido como una expansión abstracta y singular de los propios hacedores, con el mismo origen: las creaciones de Eduardo Barco (Ciudad Real, 1970) resultan un ejercicio de repetición-variación, cuya búsqueda se dirige a capturar la tensión existente entre estabilidad y mutabilidad, mientras que Álvaro Porras (Ciudad Real,1992) rompe con las estructuras de una forma menos sutil, más directa y abrupta. Barco se centra en las series conceptuales -visible en obras como las diversas s/t (2019)- que reflejan de algún modo, las obsesiones humanas que tornándose en universales, se nos revelan efímeras en su persistencia. Geometría, desnudez en las formas y minimalismo que se insertan en la línea conceptualizada por Rosalind Krauss, quien esboza una idea de arte expandido, con unos límites tradicionales -centrándose aquí en la escultura y la pintura- que se dilatan hasta el infinito. Barco, a través de su trabajo, reinterpreta esta idea de expansión, pero llevándolo al terreno de la fragilidad, el eterno cambio y lo efímero de nuestras constantes como sociedad. Esculturas como s/t de 2020 y 2025 a través de materiales primarios como el barro y la madera, refuerzan esa idea de solidez en la vulnerabilidad: la identidad que construimos, aunque firme, se diluye. Esta idea reinterpreta nuestro concepto de tiempo -a la manera de Claire Bishop-: en la fijeza de la representación permanente se atisba la fragilidad evidente. Contrariamente a estas ideas, Álvaro Porras arremete contra la pintura frontalmente, desafiando la rigidez del marco [2], cuestionando nuestra idea de pintura, de obra de arte pasiva. Porras habla desde un lienzo que no puede reprimir su fuerza, haciendo girar los contextos donde se sitúa: gritando, susurrando, recitando en las paredes de Jorge López Galería.


La conversación, en ocasiones demasiado especular y de algún modo, predecible, generada entre estos dos artistas y sus propios viajes vitales conectados -un aspecto al que hacía referencia Álvaro de Ángeles en su texto- remite a la reivindicación de una reinvención continua, alejándose de aquella idea caduca de laudator temporis acti. La nostalgia romántica da paso a una idea conceptual de memoria más fluida, lo que entronca con la narrativa de la exhibición, que busca no solo entender y representar el presente (no digamos el pasado) sino mirar a un futuro, intangible, efímero, y plantearnos una idea transfronteiza de la identidad y del arte que no tiene límites, entendiendo la creación como un portal. Una llamada a la vida, a la reflexión. Quizás, una llamada a estar vivos.


NOTAS AL PIE
[1] Poema titulado Maldito yo.
[2] En obras como Diéresis y Córdoba (2023).