Flamboyant, la exposición de Joana Vasconcelos [1] en el madrileño Palacio de Liria [2]—impulsada por la Fundación Casa de Alba, coincidiendo con su 50º aniversario— constituye una interrupción mediada y pactada; una irrupción en el universo conceptual del espacio que la acoge. La portuguesa Joana Vasconcelos (París, 1971) despliega más de cuarenta piezas monumentales en instalaciones que acaparan las estancias, desafiando el denso peso simbólico de las obras de Francisco de Goya, Tiziano o Pedro Pablo Rubens. Lejos de pretender un borrado de su huella, las activa desde una contemporaneidad kitsch, pop, extravagante y bizarra.
El Palacio de Liria, todavía habitado, se convierte en un escenario vivo y no en un museo fosilizado. Permite que la aristocracia barroca dialogue con el elemento popular que subyace bajo las obras de Vasconcelos, quien viste leones de croché en el zaguán del palacio (Vigoroso e Poderoso, 2006), un corazón palpitante (Flaming Heart, 2019-2024) en la capilla —donde aún se celebran bodas—, una tetera en el jardín trasero (La Théière (PA), 2025), próxima al cementerio de animales familiar y una guerrera celestial que invade la escalera principal, concebida para el desfile de Dior de esta temporada (Valkyrie Thyra, 2023). Un lenguaje basado en la cotidianidad convertida en exceso conecta con el artificio, la memoria nobiliaria y la ironía como rescate conceptual, en una esfera que hace converger las esferas públicas y privadas del Palacio.


La conexión que establece hacia el espectador de Flamboyant no reside únicamente en el —innegable— efecto espectacular (y, en ocasiones especular) de lo inesperado y desconextualizado, sino en la capacidad de generar un universo alternativo que no rivaliza con el aura palaciega. Se implanta en un lugar lejano de la irreverencia y próximo al riesgo. Un ligero sabor a lo bizarre (el concepto que elude a lo inusual, lo curioso, lo extraño) cuyo recorrido comienza con el aria L‘amour est un oiseau rebelle de la ópera Carmen interpretada por la célebre Maria Callas en la Biblioteca de los incunables.
Dominique Ingres presentó Don Pedro de Toledo besando la espada de Enrique IV en el Salón de 1814 [3]. La obra del pintor francés fue calificada por los críticos por su concordancia cromática, su originalidad, su singularidad, la barbarie que rezumaba. Miguel Ángel García Hernández [4]califica a este acto como un ascenso claro y eminente de lo bizarro: aquello que se sale de la norma, que linda con lo sorprendente, y lo demasiado vivo, pero también con el mal gusto kitsch o lo superficial, todo aquello que socava las normas morales y transforma a sus objetos en “incurables”. Pero, obviamente, también limita con lo siniestro, lo raro o lo desconcertante, lo fantástico y lo imaginario, todo lo que desborda la previsión perceptiva del sujeto instalándole en una especie de furor óptico y, por lo tanto, de locura.

La práctica artística de la creadora portuguesa se basa en ese elemento desconcertante, megalómano, fantásticamente imaginativo, cercano y ajeno a la vez. Dos zapatos de tacón de aguja descomunales a base de ollas y tapas de acero inoxidable (Marilyn (PA), 2011) en el Salón del Baile, un lazo rosa gigante —J’Adore Miss Dior (PA), 2017, en colaboración con la Maison francesa— hecho con frascos de perfumes vacíos y luces LED, el croché de las Azores, la mayólica. Elementos que, en suma, forman un conjunto eléctrico, fresco, que transgrede, convirtiendo en delicados objetos estas instalaciones incurables. En un mundo suprasensible con los sentidos extasiados, Flamboyant nos suspende en el tiempo: un tiempo de reliquias griegas, ganchillo isleño, pinturas neoclásicas y anillos solitarios en formato XXL, anclado en la puerta de un Palacio sempiterno.


NOTAS AL PIE
[1] Organizada por el Atelier Joana Vasconcelos.
[2] Un palacio noble construido en el s. XIX.
[3] Tal y como relata Miguel Ángel García Hernández, al lado de Rafael y su célebre Fornarina.
[4] En el epígrafe La construcción legendaria de Ingres como redentor del arte moderno en Los discursos del arte contemporáneo.