Parasitar el espacio museístico es una propuesta expositiva que, desde la estética relacional [1], desafía y redefine la concepción tradicional de las exposiciones. Esta práctica extiende las obras más allá de las salas para las que fueron originalmente pensadas, modificando así la relación entre el público y el espacio. La acción de dejar de contener lejos de ser una propuesta ingenua, otorga al creador la capacidad de invadir, de forma libre y arbitraria, el espacio del espectador. En este sentido, el museo se transforma en un todo integrado, donde las obras ya no son piezas aisladas, sino que se fusionan con el entorno, convirtiendo al propio museo en una obra de arte colectiva. Esta tendencia refleja los ideales de la nueva museología, que promueve una visión más activa y participativa del museo como espacio social, en el que el público interactúa y forma parte activa de la experiencia.
En este contexto, la propuesta de Juego infinito de cuerdas bajo el sol de la artista gráfica María Medem (Sevilla, 1994) en el Museo CA2M ofrece una (auto)reflexión sobre los límites del arte y sus jerarquías tradicionales. Medem, conocida por su trabajo en cómics, fanzines y obra gráfica, un ámbito que históricamente ha sido relegado a una categoría que habitaba en los márgenes de las clasificaciones del arte, desafía esa clasificación. Al dejar hablar a sus creaciones, la artista sevillana despliega un universo de personajes solitarios (un sol, un lobo, agua), que exploran, juegan y, sobre todo, buscan en un espacio marcado por colores vibrantes y eléctricos. Este cromatismo no es un mero recurso visual ilusorio, sino que tiene la capacidad de despertar al espectador, provocando sensaciones ambiguas que subrayan la tensión que existe entre lo apacible y la inquietud, desdibujando la delgada línea de aquello es real y lo que no.
La obra de Medem que se presenta en el Museo CA2M -mural, bordados o hilo musical, entre otras manifestaciones- se adentra en una especie de estallido visual multidireccional e inevitable, donde los estímulos, aunque no sean una novedad en términos artísticos de saturación sensorial [2], siguen siendo una constante. Estas escenas anónimas -potenciadas por los personajes- crean una atmósfera cálida y densa, que nos transporta a uno de los eternos veranos de Éric Rohmer, donde la tranquilidad y el sosiego parece envolvernos, suspendidos en un limbo de espacio y tiempo.


Es esta misma sensación de inmersión la que hace que las obras de Medem no solo habiten el espacio museístico, sino que lo fagociten. La artista abre el museo a distintas disciplinas, desbordando los límites del lugar físico y desafiando la tradicional separación entre categorías artísticas. La obra nos invita a sentir, a entrar en ese juego infinito de cuerdas bajo el sol, donde la calma y la reflexión surgen no como imposición, sino como una invitación a la reflexión introspectiva. El museo, en su papel de espacio activo, se convierte en un lugar donde no solo se observa, sino que se experimenta de manera sensorial, emocional y, sobre todo, liberadora.


Medem, al igual que otros artistas contemporáneos, utiliza el museo no solo como un recipiente para sus obras, sino como un campo de acción donde lo interdisciplinario, jugando con el elemento efímero y vivencial, se convierten en componentes esenciales de la experiencia estética. A través de esta invasión de espacio , el museo se transforma en un organismo dinámico, donde el arte ya no está limitado por las paredes del recinto, sino que se funde con el entorno y con el espectador, en una experiencia compartida que redefine constantemente lo que entendemos por arte contemporáneo.
NOTAS AL PIE
[1] Esta idea no resulta algo original, ya que en artistas como Lygia Clark y sus Objetos Relacionais o Maria Lai y su “Legarsi alla montagna”, ambas del siglo pasado, vemos claramente la idea conceptual detrás del arte entendido como mediador, que supera el espacio museístico.
[2] Refiriéndonos aquí a momentos histórico-artísticos como las vanguardias de principios del siglo XX.