Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Livia Daniel o la verdad suspendida

En la mitología griega, la delgada línea que separa el amor de la guerra es fina, delicada, casi inexistente. En las creaciones, los conceptos puros no existen: teoría y praxis están insertos, revueltos, en una misma mirada. La verdad, el amor, las emociones, se interrelacionan de forma no jerárquica, como en el rizoma deleuziano, en un único prisma -y diverso al mismo tiempo-. Tales universos conceptuales quedan bañados, en la contemporaneidad, por la forma en la que el ser humano se relaciona consigo mismo y con los demás. En un mundo como el de hoy, rápido, aséptico, hiperestimulante, fugaz, con trazas de utopía friccionada -y ficcionada-, artistas como Livia Daniel (Alicante, 1989) son capaces de, siendo creadores de materia (no siempre tangible), ponernos un espejo sobre nuestros propios comportamientos, haciéndonos ver nuestras luces y sombras, o simplemente, reflexionar sobre lo que hacemos y desde dónde lo hacemos.

Fotografías del solo show “Una verdad a ojo” presentado en NY por J. Carlos Aguilera. Cortesía del fotógrafo y de la artista.
Livia Daniel. Fotografía por J. Carlos Aguilera. Cortesía del fotógrafo y de la artista.
Fotografías del solo show “Una verdad a ojo” presentado en NY por J. Carlos Aguilera. Cortesía del fotógrafo y de la artista.

Como en el cuento de Lúnula y Violeta [1], en el que la personalidad individual se desdobla, la artista alicantina configura una práctica artística en la que el espectador toma las riendas, participando, a veces de manera inconsciente, en las piezas, ligando y desligando las identidades de creador y público. Unas obras que se acogen a la estética relacional bourriaudiana, pero que, al dar un paso más allá, no solo nos vinculan con nuestro contexto inmediato, sino también con esos pliegues invisibles de la realidad que, bañados por dicho contexto, se desvanecen entre lo tangible y lo intangible: el concepto de intimidad asociado a nuestros teléfonos móviles, los secretos que compartimos en nuestras redes sociales, la sobrecarga de información que creamos y consumimos. A partir de estos elementos, proyectos como Una verdad completa y Nada dura lo suficiente para ser verdad, en las que se puede rastrear el poder como concepto, aquel que se encuentra allí, invisible, desgastado, caduco, pero aún cimentando las relaciones humanas de manera primaria e instintiva. En estos trabajos rastreamos su enfoque en el uso de la tecnología como medio para cuestionar las relaciones sociales -también románticas-, los nuevos códigos del lenguaje y el poder. En el contexto presente de sobreexposición y control, la artista no solo invita a la reflexión, sino que genera una confrontación entre la audiencia y sus propias sombras, recordándonos la fragilidad de las fronteras entre lo privado y lo público, entre lo real y lo digital, como una ficción sostenida por la (histérica) colectividad.

Fotografías del solo show “Una verdad a ojo” presentado en NY por J. Carlos Aguilera. Cortesía del fotógrafo y de la artista.

En este sentido, las propuestas de Daniel conversan con las reflexiones de Donna Haraway en su Manifiesto Cíborg (1985), donde señala las complejas interacciones entre las nuevas tecnologías y las estructuras sociales. Haraway advierte sobre una posible bifurcación social altamente desigual, donde las mujeres, especialmente de grupos étnicos marginados, quedan relegadas a una economía de trabajo precarizado, mientras que las élites tecnológicas siguen construyendo los discursos y los procesos de poder. A través de su práctica artística y con un punto de partida biográfico, Daniel abre una puerta a todos estos diálogos que residen bajo la superficie, invitándonos a cuestionar cómo las nuevas tecnologías y las redes sociales modelan nuestras relaciones, nuestras identidades y nuestros cuerpos en una era donde lo digital y lo físico están cada vez más entrelazados y difusos.

Fotografías del solo show “Una verdad a ojo” presentado en NY por J. Carlos Aguilera. Cortesía del fotógrafo y de la artista.
Fotografías del solo show “Una verdad a ojo” presentado en NY por J. Carlos Aguilera. Cortesía del fotógrafo y de la artista.
Fotografías del solo show “Una verdad a ojo” presentado en NY por J. Carlos Aguilera. Cortesía del fotógrafo y de la artista.

En su último proyecto en Nueva York [2], la artista logra sintetizar esta reflexión con una delicada finura elegantemente perturbadora. Por las calles ululantes de la ciudad, el espectador se enfrenta a una visión del mundo contemporáneo tamizada por su propia vida, una visión que no se impone, sino que se ofrece para que sea experimentada y digerida en la propia conciencia de quien se enfrenta a ella. Ahora, Livia Daniel, ya forma parte de todos. Parte del aire, del concepto del amor, del de verdad; familia, belleza, identidad, caos, orden. De las normas que rigen las relaciones sociales y el cómo nos vinculamos con los otros (y con nosotros mismos). De la otredad transformadora a partir de los materiales que representan -y contienen- palabras, conceptos, tesis. Ahora, Livia Daniel y su testigo continúan ese interrogante que, como una llamada sutil, nunca cesa: ¿quién somos cuando nos despojamos de las sutiles capas que nos separan del otro, del cuerpo, del poder y de la verdad?

Fotografías del solo show “Una verdad a ojo” presentado en NY por J. Carlos Aguilera. Cortesía del fotógrafo y de la artista.

NOTAS AL PIE

[1] De la escritora Cristina Fernández Cubas.

[2] Una verdad a Ojo, presentado como proyecto final de beca Fullbright en la universidad de NYU y comisariado por Victoria Rivers.

ARTÍCULOS RELACIONADOS