Dice Stéphane Mallarmé que los poemas no se hacen con ideas, sino con palabras. Esto es, la inspiración no basta. Aunque Walter Benjamin interprete esta frase en claves materialistas -relacionadas con sus postulados sobre la autonomía del arte-, podemos rescatar su pensamiento en torno a cómo la historia del arte se estaba dirigiendo hacia una alienación social global y cómo había que trabajar los materiales hasta el extremo, alejándose de la idea cuasi mágica del arte. [1]
En este sinuoso territorio, la galería madrileña Herrero de Tejada propone LOS MELLIZOS -en exhibición en el espacio de Tha House, en Carabanchel, hasta el 23 de noviembre- que apuesta por un enfoque alrededor de los artistas y las relaciones con sus propias influencias y aspiraciones. Este group show se asienta sobre la idea de las obras artísticas como entes dialécticos; la conversación no solo se genera en torno al público y sus experiencias, sino (también) entre las propias obras que se exhiben. Aquí 9 artistas pertenecientes a la galería -Gema Quiles, Carlos Pesudo, José Deán, Natalia López de la Oliva, Jan Vallverdú, Sergio Gómez, Jesús Zurita, Miguel Ángel Erba, Eloy Arribas- han invitado a 9 artistas -Mónica Subidè, Shanee Roe, Emanuel Seitz, Félix R. Cid, Grgur Akrap, Sacha Missfeldt, Cristina Ramírez, Laia García, Maíllo, respectivamente- con procesos, inspiraciones o aspiraciones similares- a exponer con ellos en un mismo lugar. Así, como hermanos mellizos, sin ser iguales, pero compartiendo una esencia común, se pone en primer plano una de las dinámicas más complejas (y quizás subestimadas) en la creación artística: la simbiosis y el eco mutuo entre los creadores.
Aquello que subyace a la -valiente, ciertamente relevante- propuesta artística de Herrero de Tejada en este show grupal parte de una clara ambigüedad, que reside en el tuétano del ser artista, como ente performativo. Si bien la exposición celebra la conexión entre artistas, su interacción está fundamentada en una idea que podría resultar paradójica; el artista y su otro se reconocen en la similitud, no en la diferencia. Esta noción nos recuerda -sin duda- a la figura del dios de Roma Jano, que mira hacia dos direcciones opuestas, pero, en este caso, otorgando un mayor énfasis a la contemplación del reflejo: la admiración de lo conocido y lo previsible. En lugar de poner en juego las tensiones que surgen de las contradicciones y los contrastes, se construye una narrativa de cohesión, donde la alteridad se diluye en la reverencia mutua, pero no necesariamente en el cuestionamiento radical.
Es en este sentido donde reside el espíritu crítico del espectador cocreador: al centrarse en el eco y la reverencia, el proyecto parece eludir la posibilidad de confrontar la obra propia con lo distinto, lo diverso, lo disonante. LOS MELLIZOS sugiere una convivencia armoniosa que evita lo incómodo, lo desafiante. Es decir, se privilegia la idea de una relación simétrica, donde los ecos entre artistas refuerzan y validan lo ya conocido, evitando que la confrontación de voces discrepantes cree un espacio alejado del autorrefuerzo estético y se adentre en la aventura de lo inexplorado y entrar en la selva oscura, que describe Dante en el canto I –Inferno– de La Divina Comedia. En este contexto, el miedo a generar una disonancia o a reconocer el valor de la diferencia puede ser interpretado como un temor al cuestionamiento radical, una reticencia a aprender de los oponentes. Es precisamente en la divergencia, en lo que desafía nuestras creencias y prácticas, donde el arte puede encontrar su verdadera potencia transformadora. La obra de un artista no debería ser un espejo de sus influencias, sino una confrontación constante con aquello que lo desestabiliza, lo desafía y lo lleva a repensar lo que entiende por arte, por identidad y por significado.
Así, pese a que la propuesta general podría haberse aventurado hacia un horizonte más arriesgado -y de alguna forma, catártico- la exhibición se sostiene sobre el sólido talento y la coherencia de sus artistas y el compromiso de la propia galería por dar cabida a prácticas que enriquecen sobremanera el panorama contemporáneo nacional. Destacamos el tormentoso gesto abstracto —y sereno— de Carlos Pesudo, la potencia dual de la violencia tácita de Gema Quiles, la renovación bucólica de Miguel Ángel Erba, las ensoñaciones del dibujo de Shanee Roe, las sinestesias colorísticas de Natalia López de la Oliva y los ecos sombríos de la materia pictórica de Laia García.
En su colectividad, la hermenéutica de estas creaciones no solo trazan un mapa de las inquietudes presentes, sino que también revelan cómo, incluso en un contexto de márgenes seguros, los artistas son capaces de crear y articular un lenguaje que conecta profundamente con el espectador. En esta tesitura, la galería, asume un rol esencial como plataforma de reflexión, consolidándose como un espacio que, sin buscar la ruptura total, fomenta el diálogo, la diversidad y la evolución de las prácticas artísticas actuales. Esta apuesta demuestra que la verdadera valentía también puede radicar en sostener y visibilizar las sutilezas que configuran el tejido del arte del hoy, caminando hacia la praxis cultural venidera.
NOTAS AL PIE
[1] Argumentaciones relacionadas con el discurso de Yayo Aznar Almazán en Estéticas.