De Morandi a Sorrentino, la Italia de la pasión, la verdad que pesa y sangra, la herida, la huella y el cauce del río que mana

Fotografías: fotograma perteneciente a la película È stata la mano di Dio de Paolo Sorrentino.

 

Giorgio Morandi Natura morta [Bodegón], 1929 Mart, Museo di Arte Moderna e Contemporanea di Trento e Rovereto. Colección L. F. INV. MART 218 © Giorgio Morandi, VEGAP.

Sin duda, lo más valioso que he aprendido este año ha sido que lo único que vale a la hora de realizar cualquier acción es la verdad que hay detrás. La verdad que sostiene al hecho, al empuje del hacerlo y a la eucaristía del momento.

Hace unos meses acudí a una master class que el cineasta napolitano Paolo Sorrentino impartía. Yo, atónita y nerviosa, acudí a la cita con verdadero ardor en el espíritu. Sorrentino estrenaba su última obra, È stata la mano di Dio, y sin saberlo, me llevó a la senda que necesitaba transitar. Su película, felliniana como pocas y tan real que te sacude de arriba a abajo, me estimuló sobremanera; la Verdad y la honestidad es lo único que puede sustentar la creación, muerta y efímera sin este apéndice.

Los bodegones de Giorgio Morandi, musicales, infinitos y reales. Entes que pueblan el raciocinio de lo veraz y lo honesto. Su pincelada tibia, la poética de las líneas, lo sinuoso y valiente. Lo carnal de la historia de Sorrentino te lleva de la mano a aquello que más duele: muerte, duelo, aprendizaje del ser, lo mágico de lo divino y lo inexplicable, vaivén del tiempo y el transitar en el espacio. Sorrentino nos abre las puertas de su fantasía -sin serlo- para relatarnos su vida y los personajes que en ella se diluyen. Morandi retrata la memoria, lo intangible y la pasividad ante un mundo que gira y rompe en llanto.

Esculturas de lo efímero, mortandad de aquello que pensamos eterno: la vida y sus avatares. 

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