ISABEL AZKARATE: LA BELLEZA DEL INSTANTE

Con motivo de la exposición "Isabel Azkarate. Ella es su cámara" en el Instituto Cervantes de Nueva York, rescatamos un texto sobre su obra publicado en sirocomag issue 05.

Isabel llega a Nueva York en 1980 y continúa su formación académica. En este momento, le solicitan un photo essay, donde se le pide dar vida a objetos inertes. Isabel tiene una amistad con una persona que trabaja en el departamento de conservación del Museo Americano de Historia Natural. Este contacto le habla de un almacén donde, desde hace mucho tiempo, están guardadas las figuras que no pueden formar parte del programa del Museo. Estas figuras olvidadas son una colección de bustos de afroamericanos y amerindios que no era políticamente correcto exhibir de este modo en la década de los ochenta. Son seres apartados del discurso oficial del Museo. A Isabel le conmueve profundamente que estas figuras estén doblemente apartadas de la historia y decide fotografiarlas, con tal halo de integridad y empatía, que parecen, a través de su lente, recuperar la dignidad perdida.

Silvia Omedes, directora de Photographic Social Vision 

Lo que simplemente diferencia un instante de otro puede ser el impulso de la belleza. O la falta de ella. En el Impresionismo, la pintura tenía que proporcionar un estímulo diferente, pues la fotografía amenazaba con arrebatarle el puesto a esta. La locución horaciana Ut pictura poesis[1] encabezó uno de los debates renacentistas por excelencia, que hacía rivalizar la labor de los poetas con la de los pintores, por considerar a estos últimos más artesa- nos que eruditos. Este debate, que podría parecer caduco a nuestra contemporánea mirada, sigue y seguirá vigente: el eterno retorno de la representación más fidedigna de la belleza y su propia veracidad. Tras la etapa de los Impresionistas, la fotografía vino -en ocasiones- a superar a la pintura, a traernos una realidad más tangible y objetiva a nuestros engañosos ojos. Sin embargo, se dice que la cámara, no presenta objetividad sino que nos dirige la mirada: lo que sabemos o creemos, está afectado por el modo en que vemos las cosas[2].

En fotógrafas como la guipuzcoana Isabel Azkarate (San Sebastián, 1950) atisbamos ese ansia que dirige su mirada -y también la nuestra-: Todo lo que me parece bello, lo fotografío. Pero también lo que me parece muy feo. La cuestión de la belleza es muy relativa y compleja de explicar, pero diría que es una emoción que te hace querer fotografiar algo: personas, paisajes, momentos. Por ejemplo, de las personas me seduce, en primer lugar, el personaje. A lo largo de mi trayectoria he fotografiado a individuos de todo tipo, mayores, jóvenes, niños, mujeres. Intento capturar todo aquello que me resulte atractivo. En la fotografía que le tomé a Ocaña -en una fiesta en casa de Vicente Ameztoy en el verano del 81- habíamos muchos amigos allí…muchos artistas. Ocaña, que estaba desnudo
y con el cuerpo pintado por Zumeta, estaba acostumbrado a que estuvieran pendiente de él, pero en esa ocasión todo el mundo iba a lo suyo. En el momento que estaba en el baño, me puse a hacerle fotos para hacerle un poco de caso[3].

A través de la imagen ansiamos capturar, en ocasiones, lo imposible: el tiempo. La disciplina fotográfica es capaz de ello: De manera ya irreversible, la fotografía, como documento social e histórico, se verá comprometida por la teatralización y ficción del momento a fotografiar. (…) 

La fotografía se ancla, irremediablemente, al aquí-y-ahora del momento fotografiado. Aunque se desconozca la procedencia
o la época, tendrá siempre una carga contextual adherida. La memoria permanecerá en la foto, aunque no la veamos o no la sepamos interpretar. Contiene necesariamente un tiempo y un lugar. Como dice Dubois, siempre va a ser una imagen diferida. Nunca puede mostrar una representación directa, lo que establece una diferencia temporal permanente en toda fotografía respecto al hecho fotografiado. No solo el revelado contribuye a ello, la misma naturaleza de la fotografía muestra en presente un instante que ya pasó, un pasado irrecuperable. (…) [4].

Bustos en el almacén del American Museum of Natural History, 1980-1981. Isabel Azkarate. Archivo Isabel Azkarate (Fundación PSV)

Pero, ¿dónde reside la veracidad de las imágenes, y qué hay de cierto en la célebre frase de Joan Fontcuberta de que la fotografía siempre miente? El instante dado, el momento propicio, el continuum de ficción y realidad es aquello que atisbamos en las instantáneas de Azkarate: la serie de los circos es realmente interesante. Isabel conoce el mundo del circo en Estados Unidos, cuando visita uno por primera vez con unos amigos. Ella se queda absolutamente enamorada, no tanto del espectáculo en sí, sino de los personajes (que no se muestran como tal hasta que no salen a platea, llevando, entretanto, una vida de total libertad en “comunidades burbuja”, a medio camino entre la persona y el personaje). Y, de hecho, no entra dentro, sino que se queda alrededor de las carpas, fotografiando a los artistas que vivían en carromatos. Este es un territorio que Isabel domina y, por el cual, siente una atracción absoluta: el mundo del espectáculo, del artisteo, de la libertad de acción. Aquí presenciamos el Circo Atlas en su paso por San Sebastián, donde vemos cómo Isabel ha afianzado su voz actoral y coloca, sin vergüenza, a los personajes delante de su cámara, quienes se abren física y emocionalmente ante ella. Esta fotografía es claramente un juego visual: el elefante parece que se esté tragando a la trapecista, pero es solo eso, un juego humorístico, casi simbólico [5].

Fotoperiodista de los años convulsos de la política del País Vasco, documentalista del circo y sus moradores, fotógrafa de travesías, fiestas, calles, espejismos y laberintos. Azkarate, es un genio inagotable, cuyo trabajo nos induce al dulce sueño del ideal de la fotografía, verdad, ins-

tante y tiempo: Toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera. (…) La cámara testimonia aquello que ha sucedido; la película fotosensible está destinada a ser un soporte de evidencias. Pero esto es sólo apariencia; es una convención que, a fuerza de ser aceptada sin paliativos, termina por fijarse en nuestra conciencia. La fotografía actúa como el beso de Judas: el falso afecto vendido por treinta monedas. Un acto hipócrita y desleal que esconde una terrible traición: la delación de quien dice precisamente personificar la Verdad y la Vida. La veracidad de la fotografía se impone con parecida candidez [6].

Equilibristas, artistas, mujeres atractivas, esculturas abandonadas que lloran por encontrar lugar en el mundo, disfraces, máscaras, conflictos, contracultura. Isabel Azkarate. Dice Fontcuberta que toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera. Pero, ¿qué es la verdad?

Ocaña pintado por Zumeta en Villabona, 1983. Isabel Azkarate. Archivo Isabel Azkarate (Fundación PSV)

NOTAS AL PIE: 

[1] Esta locución apareció por primera vez en la Epístola a los pisones Ars Poetica. 

[2] Ways of Seeing (1972), John Berger. 

[3] Todas estas declaraciones, y las que siguen, forman parte de una conversación de sirocomag con Isabel Azkarate a propósito de este artículo.

[4] Reflexiones procedentes de Del fotoconceptualismo al fototableau. Fotografía, performance y escenificación en España (1970-2000), (2012), de Juan Albarrán Diego.

[5] Palabras de Silvia Omedes, directora de la Fundación Photographic Social Vision, donde está depositado el archivo de Isabel Azkarate.

[6] El beso de Judas. Fotografía y verdad (1996), Joan Fontcuberta.

Ensayo extraído de sirocomag issue 05

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