Miguel Rothschild presenta por primera vez su trabajo en la Jorge López Galería, en Valencia, con la exposición “Felices los que creen sin haber visto”, visitable hasta el 21.11.2025. En esta entrevista, el artista argentino aborda su particular enfoque del arte, donde lo religioso y lo mundano se entrelazan con una fina ironía y una evidente poesía, y explica su proceso creativo, su relación con el público y cómo el humor y la liviandad atraviesan su práctica, creando un espacio para la reflexión sin respuestas cerradas.
Sirocomag: Al ver tu obra, uno de los aspectos más llamativos es cómo dialoga lo religioso con lo mundano, muy presente en tu exposición de Jorge López Galería. ¿Cómo articulas este diálogo y qué podemos ver en la muestra?
Miguel Rothschild: En este caso en particular era mi primera exposición en la galería Jorge López y en Valencia, así que quise hacer como un puente entre trabajos más antiguos y más actuales, a modo de presentación. Generalmente, primero veo muy bien el espacio, me hago una idea general y, en base a eso, planteo la exposición o las obras que puedan ir. No siempre trabajo con esta temática en específico, aunque sí está muy presente en mi obra.
SM: ¿Cuáles dirías que son tus temáticas?
MR: Me interesa lo misterioso y lo mágico en el arte. Por eso la religión, sin explicar demasiado, ya tiene un misterio incorporado. Utilizo iconografía religiosa porque no necesito decir nada: poner una vitrina de iglesia da determinadas connotaciones que puedo usar en mi obra para referirme a lo mágico, a lo intangible. También trabajo mucho con el cielo o el mar; imágenes que tienen algo inasible. El cielo, por su infinitud y sus significados religiosos, lo uso en mis piezas. El romanticismo alemán del siglo XIX también exploraba muchas de estas temáticas religiosas, no atadas a instituciones concretas, sino a la religión como cuestión mística. Eso es lo que me interesa tematizar.
SM: El mar, el cielo y toda la cuestión del infinito tiene que ver con el misterio y la magnificencia. ¿Buscas un sentido a través de tu trabajo?
MR: Mira, soy no creyente, pero me gustaría creer. Soy muy racional y justamente por eso quiero que exista algo inexplicable; me parece aburrido si todo tiene justificación. Esa cuestión inexplicable es lo que quiero que tenga mi obra. Por otro lado, el misterio en la religión puede ser muy serio o pesado, y yo quiero darle liviandad: bajar del cielo a la tierra ese misterio y miedo, y darle a lo cotidiano una connotación divina. Me interesan esos dos niveles: la vida normal y el otro nivel “de arriba”, intentando bajar uno y subir otro, quedando en las medias tintas. No busco explicaciones claras, sino situarme en esos grises entre cielo y tierra.
SM: Siempre se perciben muchas capas en tus trabajos, esos grises que mencionas. Además, se percibe una ironía evidente, aunque muy fina.
MR: Es que la ironía da liviandad. Yo también quiero darme levedad a mí mismo y a mi propia tragedia, ¿viste? Poder reírme con humor, sin ser un chiste. Darle una ironía poética: por ejemplo, que la luz se transforme en una fiesta de confeti, con sutileza pero sin faltar al respeto. Todo puede ser posible.
SM: Ocupando ese lugar de no creyente, ¿cómo te relacionas con los espacios sagrados que usas en tus obras?
MR: Intento ver la poesía en esos espacios y no tenerles miedo. La religión que da temor no me interesa; me interesa la parte poética. Aunque no sea creyente, me fascina la iconografía religiosa. Quiero usarla en mi obra porque es parte de nuestra cultura, de donde crecí. Me interesa ver la realidad con otros ojos: en la exposición, por ejemplo, las rejillas de los confesionarios se transforman en un juego.
SM: Vives en Berlín desde hace décadas. Como artista latinoamericano, ¿cómo crees que te ha influido?
MR: Alemania, el romanticismo alemán, es muy denso. Me dejo llevar por esos hilos tempestuosos, esos mares, esas lluvias… pero intento tomar distancia y darle la liviandad que decía antes. El romanticismo alemán no tenía eso: todo era densidad y dramatismo. Quizás por mi origen argentino tomo distancia, mezclando lo alemán y lo argentino: nada demasiado serio, patetismo desde lo liviano, o liviandad para darle patetismo. Así quedo en los grises que mencionaba antes: la mitad del camino, dejando abiertas las respuestas.
SM: A veces se cree que el artista debe dar respuestas claras y rotundas, ¿no?
MR: Para mí el arte no tiene que dar respuestas. Me interesa que el espectador forje sus propias respuestas. Lo muy cerrado no me interesa.
SM: ¿Cómo dialoga tu obra con el espectador en un museo o galería, espacios casi sacros?
MR: Es lo mismo. Me interesa mucho el dadaísmo, el fluxus: movimientos que bajaban al arte y al artista del pedestal. Para mí, también hay que bajar a los artistas históricos “míticos”, porque si no, no podría hacer arte, tendría miedo. Es la forma de jugar con los miedos propios, sin recrearse en la propia tragedia. A veces caigo en eso, como todos, pero intento darle vuelta con humor y no creerme mi propia tragedia. Nada es tan trágico; al menos, en mi vida, no tuve grandes desgracias. Para hacer arte, no hay que creerse demasiado. Incluso los grandes artistas, no me gustan intocables: son humanos, lo otro son fantasías.
SM: En tus obras trabajas con diversos medios, como fotografía e instalación. ¿Podrías hablar sobre esto?
MR: Últimamente trabajo mucho con fotografía. Cuando viajo veo algo interesante, y la foto es un medio útil en el estudio. Me ayuda cuando faltan ideas. Pero no me siento fotógrafo ni me interesa la técnica o el discurso específico; es un medio, pero sin encasillarme. Hace un par de años hice esculturas con vidrios astillados y nada de fotografía, y también funciona. Mezclo medios; la fotografía muchas veces, pero no indispensablemente.
SM: Si miras tu primera obra de arte, ¿cómo ves tu evolución?
MR: Uf, difícil. Antes era pintor en Argentina. En los años 90 hice mi muestra individual y dije “esto es lo que me interesa y no lo que pintaba antes”. Hice obras relacionadas con esa pintura inicial, aunque no mostraría esas obras hoy. El ambiente de esas pinturas se relacionaba con películas de (Werner) Herzog, como Aguirre, la cólera de Dios. Después le agregué liviandad, ironía; esa parte sigue siendo mía. La primera obra que me interesó fue una instalación llamada Todas las mujeres que me hicieron sufrir como un perro. Era sobre mis amores frustrados, con grandes retratos de esas mujeres y un autorretrato como perro ovejero alemán. Jugué con cosas que me habían traumatizado: estaba perdidamente enamorado, más de la fantasía del amor que de relaciones reales. Para mí fue una quebradura importante y me reconcilié conmigo mismo y con mi propia tristeza de enamorado frustrado.
SM: En realidad, esto conecta con tus trabajos actuales: quebrar la realidad desde la ironía. Siempre parece que los artistas vuelven a lo que les interesó en sus inicios.
MR: Sí, seguramente. Para mí fue importante no tomarme demasiado en serio, y hoy tampoco como artista, ¿viste? Todo es un juego; eso da libertad y liviandad. Después de la instalación hice varias películas tipo clase B, donde era protagonista y me reía de mí mismo como artista.
SM: ¿Cuál es tu proceso creativo actual?
MR: Necesito mucha disciplina. Venir todos los días al estudio, aunque sepa o no qué hacer. A veces vengo sin ideas, me amargo y me voy frustrado, pero es parte del proceso (ríe). Alguna vez tuve un año en que trabajé ideas antiguas, aunque quería nuevas; de golpe, surgían. Es un proceso de venir, seguir, jugar con materiales. Cambio lo formal muchas veces; el contenido es la línea roja que une todo. Observo, juego; miro una foto y veo cómo intervenirla, enmarcar, agujerear o quemar.
SM: Y, en todo ese proceso, ¿cuál es tu relación con el público?
MR: El público es inmanejable, porque cada uno ve otra cosa. Sí que tengo en cuenta el espacio y el diálogo entre las obras, pero lo que vea el público no lo puedo controlar. Para mí, lo importante es crear seducción a nivel formal: forma, contenido y título tienen que estar en equilibrio. Mucho contenido y nada de cuidado en lo formal hace que la obra no funcione. La sensualidad de la obra es clave; los trabajos tan conceptuales que requieren leer un texto larguísimo para entenderlos no me interesan.
SM: Hoy se abusa de la conceptualidad, haciendo que la obra necesite un mediador.
MR: Para mí el equilibrio es indispensable. El espectador también debe descodificar; a veces el título es la llave. Me parece arrogante esperar demasiado del espectador, sobre todo en bienales o ferias con muchas obras. El objeto y la parte visual siguen siendo fundamentales. La base es la sensualidad, la “erótica” de la obra.
SM: ¿En qué proyectos trabajas ahora?
MR: Estoy planificando obras para varias ferias. Es distinto de una exposición donde todo dialoga consigo mismo; en una feria, tu obra tiene que dialogar con otras. También preparo un par de exposiciones para el año que viene, en galerías de Berlín y París, pensando en trabajos que funcionen allí.