Ministro, que a lo mejor estoy equivocado, pero el que más y el que menos todos tenemos que acatar una jerarquía, unos debajo y otros arriba, es ley de vida.

Me leí este libro hace años pero no ha sido sino hasta ahora cuando verdaderamente he llegado a comprenderlo de una manera más profunda, dejando a un lado las superficialidades aparentes. Es un texto cuyo envoltorio de sencillez y llaneza hay que saber desengranar. Es muy difícil hablar de una obra sobre la que se ha hablado tanto y más si es considerada como un clásico de la literatura en castellano. Sin embargo, creo que una obra de arte -sea de la índole que sea- se renueva cada vez que se interpreta y he decidido retomar algunos clásicos que tenía olvidados.


La fuerza bruta que mueve al texto de Delibes son las relaciones de poder por encima de todo. Siempre hay algo o alguien que se sitúa inmediatamente en el escalón superior. Aquí vemos lo que es un relato de la España durante la dictadura franquista. Época yerma y oscura, hondamente teñida de negro y gris. Se nos pinta un retrato de varias familias de poderosos que sustentan -y utilizo esta palabra con toda la connotación que conlleva- a diferentes generaciones de criados que les sirven. El interés del privilegiado siempre queda situado por encima de cualquier cosa, el poder está sobre la mesa, y el inferior no puede ni siquiera atisbarlo. En un tour de force el subyugado lleva la venganza a sus últimas consecuencias por un henchido instinto primitivo.


¿Qué nos queda de esto? Esta novela me llevó a pensar en la obvia jerarquización social a distintos niveles a la que en ocasiones estamos sometidos. Profesor-alumno, jefe-empleado, padre-hijo. Cuando estas relaciones de poder están en una línea de interdependencia y sinergia mutuas, a un nivel profundo, son realmente inspiradoras y verdaderas. En cambio, en cualquier otra categoría es un abuso.

Realmente, las jerarquías están y provienen de la misma naturaleza. Incluso nuestros propios antepasados ya se regían a través de estas concesiones y nuestro lenguaje también bebe de ahí. Todo esto me llevó a cuestionarme si las jerarquías son inherentes de manera natural a todo lo que está vivo y si simplemente, no pueden dejar de suceder.


La cuestión que debate Delibes en Los santos inocentes es el estatismo que debían acatar los inferiores en aquella época. Naciste pobre, morirás pobre. Sin embargo, esto es algo mucho más importante que la riqueza. Se habla de cómo el poder lo ostenta la parte de la sociedad rica. Pero, ¿quién es el más poderoso en la naturaleza? ¿quién lo era anteriormente? El más fuerte, el más sabio. Se habla de cómo hemos hecho de la sociedad en cómputo como un macromercado en el que estamos etiquetados por un valor numérico y que, en muchas ocasiones, aceptamos casi sin darnos cuenta por vivir demasiado en la burbuja. No se trata de criticar o no la riqueza sino ir al origen de todo y preguntarnos qué ha pasado y cómo hemos llegado hasta ahí. Siempre me cabe la duda de si realmente, la vida es algo mucho más simple que todo esto, que su fluir y el del mundo de ruido y velocidad al que estamos acostumbrados a mirar, corresponden a esferas diferentes. Y que en el mundo exterior real -sea cual sea- las jerarquías y el abuso de poder simplemente no son y, como en Los Santos inocentes, la muerte lo iguala todo. 

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