AVELINO SALA

Exhibición comisariada por Omar-Pascual Castillo en XF Proyectos.

Nunca hay que descuidar el discurso poético. La poesía encierra para sí una fuerza de la que carece, en ocasiones, la acción per se. Como dicta Octavio Paz en El arco y la lira (1956): “la poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de transformar el mundo.” La creación de imaginarios contemporáneos nos enfrenta a un relato ciertamente diseminado. La mirada lírica, humaniza, embellece, violenta. Enfrenta.

Precisamente, esa imaginería retórica es uno de los conceptos que envuelve la práctica artística del artista, comisario y teórico Avelino Sala (Gijón, 1972) quien expone en este solo project curado por Omar-Pascual Castillo para la galería XF Proyectos, la sede madrileña de Xavier Fiol, con motivo del opening de galerías de la capital. 

En ninguna palabra es muda, Sala arremete, con su ideario estético habitual, a lo que es propio, original, erecto: la palabra. “Y la Palabra se hizo carne”, refiere el evangelio de San Juan. A lo que San Agustín añade: “La Palabra de Dios, eterna, inmutable, se hizo carne para que nuestra carne mortal se vistiera de eternidad.” Allí donde se relata la creación, el milagro divino de la vida, se coloca a la palabra en una posición privilegiada, casi capaz de concebir por sí misma.

En el afilado y certero texto curatorial [1], Omar-Pascual apunta al Neoplasticismo Climático que propone el artista asturiano como un tour de force conceptual a un Avelino Sala insaciable que hurga, construyendo nuevos relatos y añadiendo capas sobre capas; enfrascándose en un barro alegórico, a partir de los recovecos de la palabra, del inicio, del fin.

En un juego visual que invade las paredes de la galería madrileña, Sala se enfrenta al público occidental a partir de un lenguaje (ya viejo conocido) en clave neovanguardista, abstractamente geométrico, marcadamente pop, pero con las miras del humor poético como sustento. De este modo, su trabajo no solo reabre antiguas preguntas sobre el poder de la palabra y la imagen, sino que insiste en el potencial transformador de la poesía y su metáfora como eje de resistencia y creación.

[1] Texto curatorial por Omar-Pascual Castillo. 

avelino sala: ninguna palabra es muda

Los caminos abiertos por el conceptualismo heredero directo del dadaísmo como actitud vanguardista, le despejaron el paso a una multiplicidad de investigaciones en la palabra desde el arte contemporáneo; que, por un lado, indagan en los vericuetos de la lingüística y la construcción de saberes desde lo textual, y por otro lado, especulan sobre la importancia de lo verbal como base de nuestras culturas, como fuente contra la que contrastar lo acontecido o como espejo para un diálogo de redefiniciones.

El artista español Avelino Sala, es de los que continúa la segunda senda especular, y desde siempre o al menos desde que lo conozco hace un par de décadas, se enfrenta al hecho artístico contrastando con el objeto arte cuántos relatos (ocultos o no) puede contener. Como lo plantea en su última producción que exhibe en el presente otoño en su galería madrileña Xavier Friol, bajo el rotulo de Neoplasticismo Climático, el asturiano se acerca a la relación que tenemos en Occidente con la Abstracción pictórica como la cúspide de cierto momento triunfalista de nuestra progresista Modernidad; pero dotándolo de una vuelta de tuerca conceptual. Y ahí es donde entra en juego su obsesión con la capacidad de hurgar o añadir capas de materia e ideología o meta-literatura, más que discursividad, a una obra de arte.

Preguntándonos tal vez:  ¿puede la abstracción superar la narración?, ¿una sola palabra puede contener toda la experiencia de un color, por ejemplo: el rojo?, ¿una pintura textual es más arte o es más literatura?, ¿cuántos lenguajes pueden convivir en una obra de arte?

O tal vez no nos lanza esas preguntas, de alguna manera elementales, puede que demasiado formalistas para alguien formado en una metodología conceptual que se materializa desprejuiciadamente como una propuesta estética neo-pop; quizás porque Avelino tuvo una formación en Bellas Artes y Diseño en Londres, y allí aprendió que la mejor lingüística de nuestro tiempo es sintética, reduccionista, frontal y directa. E incluso aprendió la restrictiva gramática anglosajona que ha marcado las normas comunicacionales de la publicidad desde hace un siglo, mínimo.

Por ello, para Avelino la palabra es el vínculo perfecto para colocar una idea como centro de atención y significación en un universo de fetichismos e idolatrías en el cual sus relatos nos recuerdan que una simple idea funciona como un detonante, como un temblor interior que resquebraja los límites de sus contenciones.

¿Qué contiene en sí un grupo de palabras hiladas, una tras otras, sino una retahíla? Podría preguntarse. ¿Cuánto valor contiene la palabra libertad o la palabra desierto? ¿Qué profundidad se alcanza cuando se enuncia un sentimiento? ¿Cuán literal es entonces si se colorea? Si el color la bautiza y la reordena, ¿hasta donde llega? ¿Hasta dónde se expande como un veneno que se infiltra? … y una vez aquí, adentro… ¿es capaz de descolocarnos nuestras vidas acomodadas o nuestras prácticas vitales acomodaticias?  ¿Puede Mondrian renacer renovadamente si un conjunto de palabras lo arropa? ¿Puede hacerlo Josep Albers? ¿O pueden los campos monocromos abismales de Yves Klein o los mimados dorados de James Lee Byars? ¿Por qué pensamos nombres masculinos cuando se piensa o habla de Abstracción? Igual, es otra indirecta que nos deja de soslayo el artista encima de la mesa.

La respuesta a todas estas preguntas, es SÍ. Y la argumentación: Porque las atraviesa lo poético como potens. Y la contra-argumentación o aquello que los tertulianos llaman debate, es igual de sencilla. Una palabra anclada en una portada de un libro hecho cosa-arte-objetual, deja de ser una palabra muda, silenciosa; y se convierte en una pregunta sorda. Que no muda. Tiene su propio significado, y por ende relato, sólo que no depende de su sonoridad, sino de su capacidad de potenciar una reverberación lo suficientemente poderosa como para despabilarnos[2].

Por esta razón ninguna palabra es muda aunque aguarde calladita en un rincón a que la leamos, pues una vez leída, su dinamita simbólica o su dotación lexical, nos explotará en la cabeza, sí o sí.

Siendo SÍ nuevamente la respuesta correcta. Aún cuando esta respuesta nos lleve inmediatamente a otra pregunta. Y puede que de eso se trate toda nuestra labor como agentes de la cultura contemporánea. De inventarnos múltiples incógnitas. Mucho más, en estos tiempos donde los desastres climáticos ya no se vislumbran como un imposible. Sino que se patentan a diario como una amenaza plausible, inevitablemente venidera, próxima. Ahí… al doblar de la esquina.

Puede que este sea el motivo por el cual Sala, prefiere obligarnos a detenernos, para que disfrutemos de este momento de paz. Aquí deleitados frente a varios ejercicios de cromatismos abstraídos que nos seducen, mientras nos sacuden por dentro como un terremoto. Utópico que es, él todavía, en estos tiempos distópicos. Donde el sentido del humor, lo aleja de todo victimismo melodramático. Y así, esa metáfora de la cabeza rota en mil pedazos, podríamos graficarla como una maraca. Como si el artista nos cantase con un impostado acento tropical, si el fin es inevitable, al menos, bailemos. Poco más nos queda.

Madrid, España.

Verano, 2025.

[2] Puede que el simple hecho de referirse a textos distópicos, ya sea lo suficientemente referencial para que su significado sea volátil y atómico, devastador como cualquier instrumento o material bélico.

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