Ilustración de Ce Pé
Ensayo extraído de #Sirocomag3
Sueño que te persigo y que no te alcanzo. Sueño que sujeto a niños de las manos y que son tiernos y que son pequeños. Sueño que son felices y sueño que son rubios. Sueño, a veces, si el día ha sido especialmente terrible, que aún(1) me amas. Despierto y mi cuerpo toma tierra, como confundido. Piensa algunas cosas muy sencillas:
Mi cuerpo piensa: ¿Duele? Y lo comprueba. Rápido, es consciente de la amplitud de esta cama y se dice: No estás.
Mi cuerpo se dice: No estás. Y se retuerce.
Despierto -aterrizo- en Madrid, en este lugar en donde ahora paso los días. Es el exilio. El exilio no tiene nombre de ciudad. Tiene, aún en mi corazón, nombre de niño. De niña, en realidad.
Sueño que te persigo y que no te alcanzo. Si el día ha sido especialmente terrible, sueño que aún me amas.
***
Embarcada en el estudio de la idea de tiempo a través de las lecciones que Bergson impartió entre abril de 1902 y mayo de 1903 en el Collège de France, he descubierto algunas cosas que ahora me dispongo a compartirte. Son cosas sobre la escritura y sobre el tiempo, es decir, cosas sobre la razón de la poesía. Todos estos pensamientos que aquí te presento desembocan en una idea que me acosa y de la que últimamente brotan todas las demás. No soy capaz de desprenderme de ella, se adhiere a todas mis conclusiones. El principio generador de mis preocupaciones, ahora, se dice así: toda imagen lo es de un tiempo que siempre fue pasado. Esto, claro, le sucede también a mis palabras.
¿Sabes? Aún se me caen fotografías tuyas de los libros. Aún entro en ascensores y me huele al ascensor de la casa de tu infancia. Miro a menudo el retrato que me hiciste; entonces me amabas muchísimo-demasiado y yo había ido a visitarte a Barcelona. Hay algo que ha cambiado, es por el tiempo que se mueve y que nunca se detiene: esos ojos que te miran con firmeza, desafiantes, esa mano que sujeta la mitad de una cara que descansa contra una almohada que apenas consigo recordar, esa sonrisa a media asta, oculta pero cierta. No me reconozco en el rostro de esa que fui y que es, y que siempre fue, imagen de-tiempo de-pasado. Ahora, por cierto, aún más lejano todavía.
No es la distancia temporal lo que acelera mi percepción: es el dolor que se me ofrece y que me obliga a desprenderme de todos los recuerdos -sobre todo de los buenos-. Los amores, al principio, se abandonan así.
No elegimos lo que recordamos, y entonces, ¿cómo decir que elegimos quienes somos?(2).
Elegimos la dirección que le otorgamos a nuestros recuerdos. Somos relato elegido con palabras siempre imprecisas sobre lo que no sucedió. Recordar es dejar soñar a la memoria en donde comparece todo nuestro tiempo. En esto consiste la poesía. Así es vivir. No hay forma de decir realidad y sin embargo se dice y esta se abalanza.
El tiempo no se detiene y las cosas que suceden transforman las imágenes en tótems de diferente arquitectura: esa imagen es el retrato de alguien que ha muerto. Si tú y yo hubiésemos seguido amándonos sería, entonces sí, una imagen mía de antes.
De los amores que se pierden (es decir de las personas que perdimos) se habla como de los que se han muerto: siempre en pasado. Nosotros, en las imágenes antiguas de amores acabados, también somos muertos.
En el exilio no hay antes. En el exilio el tiempo avanza en todas y en ninguna dirección. Está detenido, se recorre de forma circular, es decir, de forma obsesiva. Es una eternidad suspendida como aquella de la que hablan Platón y Aristóteles. La única diferencia que encuentro entre el tiempo del exilio y el tiempo de los griegos es que en el mío no hay deformación bajo la subsunción de la materia. Es la materialidad de mis palabras la que emprende la reconstrucción de lo posible: de lo imposible si se es justo con lo que del tiempo se puede decir.
En el exilio uno carece de lugar al que volver y se asienta, no en donde desea, si no en donde más a salvo se encuentra de morir, de matar, o de resultar, (quien sabe, tal vez) accidentalmente asesinado. No escribo desde Madrid, escribo desde el exilio.
El exilio es el tiempo de la suspensión. El lugar en donde se convocan simultáneamente los fraudes y los sueños. La poesía y el sueño tienen algo en común: ambas suspenden las leyes de lo físico, y dicen y revelan y ocultan lo que se necesita por encima del cuerpo y, sobre todo, lo que se necesitó. En la poesía y en los sueños habla Otro herido.
Las imágenes continúan del mismo modo en que lo hacen nuestras vidas. Las imágenes se acaban, se estrellan. Solidifican la huella de un tiempo que continua, y también de un tiempo que se detiene y vira en otra dirección. Las imágenes también se mueren. Permanecen. Pero, ¿en calidad de qué? A veces lo hacen en calidad de féretro, de tumba.
Hay un retrato en mi cuarto, junto a las revistas en las que publico y junto a los libros que imprimo porque no puedo pagar. Cada día me resulta aún más extraña, esa que te mira y que, sin duda, debí de ser yo. Rondan por mi casa -en el silencio impecable de mi poesía en del exilio- tus fotografías y algunas de tus pertenencias.
Te hago un inventario:
Unos vaqueros que odiabas, una camiseta de pijama que dice MOTOR GIJÓN, la letra que dejaste de tu puño en algunas de mis libretas al tomar notas en mis clases o escribir tu nombre y dibujar tu luna. Las sábanas de la cama que un día compartimos, en la que, alguna vez, fue la casa nuestra.
El tiempo es la forma de medir a qué distancia de quienes somos se encuentran las cosas que suceden. Toda reconstrucción lo es de un tiempo imposible. Las imágenes y las palabras persiguen un momento que no puede decirse.
El escritor y el fotógrafo encarnan al nostálgico(3), es decir: a todo aquel que se aferra a un tiempo que nunca. Un tiempo que se deseó, que se necesitó por encima del cuerpo y, esto es importante, que jamás sucedió.
El presente se dice sin decirse: es veloz, es volátil, es siempre siempre siempre perecedero. A cada instante, perecedero. El tiempo, el presente, es el perecer.
Si toda imagen lo es de un tiempo pasado, entonces todo texto lo es de un tiempo que, sobre todo si uno se consagra a la poesía, jamás se dio. Fue tan solo en el dolor impertinente de nuestros exhaustos corazones. La poesía es un ímpetu, y tiene poco que ver con la disposición de la gramática. La poesía es un reloj detenido. Una estatua a la que le falta un dedo, la nariz. Una forma de suspender lo acontecido, una forma de desear lo que jamás, un modo de insistir en lo que nunca.
Quienes escribimos fotografiamos el tiempo y lo inventamos. En vano, por la satisfacción de perseguir belleza y, en algunos casos, por la satisfacción de destrozarla.
Ni las imágenes ni las palabras deberían albergar la pretensión de generar reconstrucciones fidedignas. Tanto unas como otras están sujetas a la voluntad de quien las ejerce, siempre a su favor. La mirada: la vida de uno y el tiempo que sucede y que se necesita: valiente tiranía.
Las imágenes y las palabras son como las armas. Tal vez, menos efectivas. Ciertamente, algo más útiles.
Si no pudiésemos expresar nuestras voluntades de imposible a través de algunos signos los abandonaríamos de igual modo en que se abandona la fe en cristo, o el respeto por todo aquello que es difícil comprender.
Ya no me reconozco en los ojos de esa que alguna vez fui y que se ha quedado atrapada, para siempre, en un papel. Tal vez debería de ejercer el ultimo de los actos simbólicos: tirar tus pantalones, deshacerme de esa camiseta que no uso porque me aterroriza que aún,
que aún,
que aún conserve tu olor.
Tal vez debería de emprender el último de los rituales y tirar a la basura las imágenes y deshacerme de tus antiguas pertenencias y no ponerme jamás esos pendientes que me regalaste aquella navidad y mandarte todos los libros que me compraste y que no leíste. Tal vez debería ejercer el último de los reproches y volver a la tierra en donde ni tuvimos- ni tendremos hijos -Porque, ya sabes, tú y yo no bañaremos a un niño en un barreño – y plantarme frente a la puerta de tu casa nueva y tirarme a tus pies, arrodillarme, suplicarte que me expliques
¿por qué dejaste de amarme? / ¿qué sucedió? / ¿por qué no supiste cómo hacerlo?
Qué sucede con el tiempo Qué debería hacer con todas las fotografías que caen aún aún aún de los libros e irrumpen en mi día pertrechando el engaño que es que constituye estar bien en el silencio impecable del exilio del amor del mundo del lenguaje. Quién debo ser yo ahora quién es esa que aún aún aún
Cuando se acaba el amor te exilian del lenguaje, aterrizas en un mundo raro y no entiendes muy bien a nadie nunca más.
Cuando se muere el amor uno se adentra en el exilio. El exilio se habita de forma circular: rondan las imágenes y las palabras en todas direcciones esperando encontrar forma de constituirse en relato susceptible de comprender que, efectivamente, se puede seguir viviendo después. En el exilio se busca una forma de después.
Las imágenes que se nos mueren y que nos vinculan a perdidas son hijas de un tiempo engendrado en la especificidad de un contexto irrepetible. Eso persigue mi escritura. La especificidad de un tiempo irrepetible que, por imposible, nunca se agota en el decir. Escribo. Torno en crueles y distintos los recuerdos que se instalan en los recónditos asideros de mi memoria en donde aún quedan días felices. Las personas que nos acompañan y que, por un motivo u otro, nos dejan, cuando se van, de todo un mundo abandonados, coexisten en el mismo y único tiempo que es vital: El propio. El tiempo propio se dice en las palabras y en las fotos y es la poesía y son los sueños los que lo elevan a lo único que nos es fundamentalmente elemental: ¿Duele? / No estás
Despertar y nacer son dos formas de irrumpir en el mundo. ¿A qué tiempo se asiste cuando se duerme o cuando aún no se pertenece a la serie acontecimental de los sucesos vitales intransferibles y propios? Uno sueña y discute el tiempo y el espacio. Es dicho por otro que se oculta y permanentemente se revela. Uno es soñado y algún día lo engendran. A veces soñamos hijos que no tenemos y ellos, tiernos y pequeños, ideales y felices, nos acompañan en todas las palabras y viven solo en la poesía, pero viven.
El tiempo que persiguen las cámaras y los teclados. El tiempo que se alberga en los papeles de las hojas de los árboles y en las pantallas de nuestros teléfonos móviles, de nuestros televisores. El tiempo, no nos pertenece y sin embargo es en él en dónde nos arrojan.
Ayer desperté sola, sin dolor, en el sofá de mi casa. Mi cuerpo tomó tierra rememorando: Dónde estoy / Dónde estás tú / Quien seré yo ahora.
La poesía es una forma de vivir por carreteras secundarias. Se siente la alegría en el pecho cuando colma. Es por el tiempo que se detiene en el silencio del exilio al que nos envía la muerte del sentido del lenguaje cuando el amor se termina y los sueños se agotan.
La poesía, que es la forma en que sueña la memoria, es una forma de decir la duración. Lo que se persigue, y a veces se encuentra y se subraya, rápido se va. La permanencia de la poesía, son las oraciones, creencias a las que nos aferramos y que se salvaguardan con la edad de la vida en un valor moral. La poesía, a diferencia de quienes creen en la mera- militancia construye el discurso y hace más por la política que muchos manifiestos. El lenguaje cuenta el tiempo con la misma imprecisión que los números de los que nos servimos. Se utiliza para situarse.
Berta García Faet dice en la introducción de Corazón Tradicionalista que no encuentra motivo para no reformular el poema, pero el tiempo, el instante que se dice en la poesía, si-se-cambia, una palabra, si-se-toca, un hueco, un espacio, un punto final, se apunta en otra dirección. Este es el proceder de la metafísica. Es el lenguaje con el que nos decimos en el soñar que constituye la reconstrucción del tiempo que vivimos, el que posibilita este discurrir al que algunos nos entregamos. Solo porque existe el tiempo, y el lenguaje que todo lo detiene, que todo lo deambula sin alcanzar la forma en que experimentamos el devenir. Presente es el gerundio de perecer. Todo lo demás es tiranía. Enternecedor el carácter de la filosofía analítica, ciertamente aún más idealista.
Me entrego al movimiento, a todo lo que puede sentirse y no puede decirse sin suplantar con las palabras la continuidad de las horas los minutos los segundos. Uno escribe, es decir, sueña, se apea en donde le apetece. Uno escribe, comparece ante el tiempo que no vuelve. Convoca a Deseo, fantasma mediante fantasía. Uno escribe, desea, es decir, necesita por encima del cuerpo. Revela un corazón exhausto que persigue. Y espera, sobre todo: uno escribe porque espera.
Sueño que te persigo y que no te alcanzo. Si el día ha sido especialmente terrible, sueño que aún me amas.
(1) Aún es una forma de tiempo suspendida que desea, es decir, que espera.
(2) Rot, M. (2021). “Tres horas en el Reina Sofía y una noche con María”, SIROCO MAG. Badajoz.
(3) Buenas M, me he quedado pensando en nuestra conversación. Me he venido a casa con dos ideas nuevas y quería resumirlas y dejarlas por escrito porque, de seguro, ocuparán mucho tiempo en mi mente a partir de ahora. Gracias por eso.
De nuestra conversación esta mañana me voy a quedar con la idea de nostalgia como afecto atemporal, un afecto que no parece responder a ningún tiempo concreto, sino más bien, a la conjunción de todos los tiempos a la vez y a su imposible. La nostalgia, en los términos en que la hemos tratado, parecería responder al recuerdo mitificado de aquello que sucedió, a un pasado que fue, y que a la vez no fue jamás. ¿No es acaso el recordar la expresión del deseo mayor, que se esconde tras eso que sucedió y que se revela en lo que necesitamos que sucediese al ser recordado de forma, siempre, ideal?
Es posible que la nostalgia responda, en orden de este deseo de pasado que nunca, a la necesidad de un presente que, en el fondo, no nos pertenece. Un presente que se volatiliza y sobre el que únicamente podemos proyectar hacia atrás, hacia delante. De pronto me parece que la nostalgia está atravesada por el deseo. El deseo que es en realidad aquello que uno siente que la vida le debe, y que deja por tanto a toda experiencia de tiempo como endeudada.
Como sabes, odio el futuro. No quiero vivir en un tiempo que no es. Al margen de esto es posible que no tenga escapatoria. Mi presente inmediato es la coalición entre el pasado en el que vivo, por aquello de encontrar justificación en lo que somos como continuum y el futuro al que aspiro, de forma inevitable. Creo que la nostalgia es el afecto que revela esta especie de paradoja temporal de la experiencia. La nostalgia evidencia que, en realidad, el presente es un pasado que jamás y un futuro que aún tampoco. Me ha gustado mucho eso que has dicho sobre el futuro como tiempo a través del cual intervenir en el pasado y remediarlo. Es posible que esta idea solidifique la idea anterior. Me gusta muchísimo que, en nuestra conversación, hayamos erigido no sólo a la nostalgia como el afecto aniquilador de nuestra empresa temporal agustiniana, sino como afecto de lo imposible: el deseo de lo que no fue, la necesidad, y por ende la sospecha, de que se nos debe algo, algo que jamás sucedió y que sabemos, jamás sucederá.
La verdad es que no puedo dejar de pensar en todo esto. La imposibilidad de la nostalgia, posiblemente por tener muy presente de dónde viene el término, solo me hace pensar en soldados. Es posible que ahora que yo estoy trabajando con espacios y estudiando los lugares utilice estas ideas a las que ambas hemos llegado conversando. Solo quería decir, por último, que la nostalgia es el afecto que evidencia la necesidad de retornar a un lugar no sólo que ya no existe, si no que tal vez jamás existió. Es muy bonito en realidad. Hoy te dije que nacemos y sufrimos, que no hay enmienda posible para este sufrimiento, que esa es la gran falta que motiva al deseo que nos conduce. Ahora estoy pensando que nacemos y nos expatrian de lo que somos, es decir, de esa totalidad a la que tendemos que jamás fue tal, que nunca lo será.
Tener nostalgia es echar de menos lo que nunca. Me lo guardo, créeme, muy en lo profundo de mi cuerpecito. Espero que te vaya bien el reportaje y que tú también tengas la sensación de haber aprendido algo importante.
Abrazo,
M.