"Todo lo que veo me sobrevivirá" es una muestra -a la que le seguirá otra en el C2M- de alabanza a una de las figuras más importantes del arte contemporáneo nacional e internacional: Juan Muñoz (1953, Madrid). Con motivo del 70º aniversario de su nacimiento, se celebra esta exhibición en la madrileña Alcalá 31 (14 febrero-11 junio), en la que se repasa la trayectoria artística de una figura inconmesurable

«La postura erecta del hombre podría en sí y de por sí representar el primer paso del fundamental proceso de la evolución cultural (…) Porque esa verticalización equivale a una reorientación que se aleja de la sensibilidad animal. Con ella la vista en cuanto vista abre la posibilidad de un placer distanciado, formal. Sublimación llamó Freud al tránsito de lo sexual a lo visual. Solo el hombre puede contemplar.»[1] Sin embargo, siempre que he visto una instalación del artista Juan Muñoz (1953, Madrid) he tenido que inclinarme o, de alguna manera, dejar de estar erguida para poder apreciarla bien, en su totalidad, haciéndome así partícipe de la propia escena y convirtiéndome en el títere Charlie McCarthy manejado por Edgar Bergen en uno de los míticos espectáculos estadounidenses de vodevil. Este hecho, que puede parecer casi anecdótico a ojos del lector, es del todo relevante en relación al trabajo de esta figura fundamental en el arte contemporáneo, nacional e internacional. Con motivo de Todo lo que veo me sobrevivirá, que tendrá lugar en la sala Alcalá 31, durante los meses de febrero y junio del 2023, la práctica artística de Juan Muñoz vuelve a estar presente en el panorama.

La trayectoria de este artista madrileño siempre ha sido definida en preceptos de sutileza, poesía, silencio y ausencia. Sin embargo, los recursos de Muñoz son además juegos complejos, profundos, subversivos y tremendamente desafiantes a la psique humana. De hecho, en una de las últimas entrevistas que concedió antes de su muerte, Muñoz hablaba del interés que la escultura tenía por «poner a prueba la naturaleza de la realidad (…) como en un espejo[2] Este elemento dramático que está en el germen de la práctica de Muñoz, lo pirandelliano, provoca inevitablemente que la percepción sobre su trabajo se convierta en intervención[3]. El truco, la magia, le trompe-l’œil, combinados, casi de un modo obsesivo, con la inmovilidad y el distanciamiento que provocan las estatuas (aquellas que tanto ansiaba crear[4]) dialogan con los ojos de un espectador contemporáneo perdido, difícil de embaucar, transportándolo por un instante a la quijotesca cueva de Montesinos.

La poliédrica figura de Juan Muñoz barre distintas disciplinas y modos: escultura, instalación, arte sonoro, performance, dibujo. En el caleidoscopio que es su quehacer artístico vemos a José Gutiérrez Solana, Carl André, Luigi Pirandello, Richard Serra, Jorge Luis Borges, T.S. Elliot, David Mamet. Desde las orejas de madera presentes en su primera exhibición individual en la década de los 80, sus bailarinas y enanos, la esporádica Sara o los tambores casi buñuelescos hasta la que sería su última gran creación en la sala de Turbinas de la Tate Modern, Double Bind (2000), sentimos las tensiones dramáticas entre sus esculturas, los escenarios que concibe y la arquitectura, la quietud estatuaria, el aislamiento, la simbiosis entre ausencia-presencia que vertebra su práctica, la gran ficción barroca y el juego de trileros al que nos somete continuamente.

La melancolía moderna, aquella definida en Malinconia (1999) por Jean Clair en relación a la pintura metafísica de Giorgio de Chirico, tiene su diálogo con el quehacer artístico de Juan Muñoz. En obras como Listening Figure con Balcony (1991), The wasteland (1986) o en los diferentes grupos escultóricos que conforman la serie de Conversation pieces (1996) sentimos la narración pausada del humano moderno en forma de crisol de expresiones y emociones, casi como en un alarde clarividente del artista acerca del destino del hombre contemporáneo, perdido en el laberinto de la soledad. «Expresar sin ser expresionista[5]», ese dogma regido por Muñoz, a pesar de la inevitable sensación de pérdida y desasosiego -característica de la corriente expresionista- que producen sus piezas es, sin duda, un truco más que forma parte de la acción dramática. Los elementos sencillos -siempre descontextualizados- de sus piezas: balcones, barandillas, escaleras, suelos geométricos, espejos y ventanas forman parte del atrezzo que el artista quiere en escena. El marco de sus personajes, su contexto, es inherente a la propia praxis artística de Juan Muñoz. Este, haciendo las veces del estafador Mike, protagonista de House of games (1987) de Mamet, nos envuelve en su ilusionismo paradójico e incluso como narrador omnisciente se ríe de nosotros (¿o con nosotros?) en Thirteen Laughing at Each Other (2001).

La obra de Juan Muñoz es universal, colosal y eterna -como su estatua ansiada- porque además supo captar como nadie la enjundia esencial de un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo[6]y el idilio inagotable entre la memoria y el olvido.

NOTAS AL PIE

[1] Aznar Almazán, Y. Todos contra Greenberg en “Los discursos del arte contemporáneo”. Madrid, Editorial Universitaria Ramón Areces UNED, 2011.

[2] Wagstaff, S. Un espejo de la conciencia en Cooke, L. (ed), “Permítaseme una imagen… Juan Muñoz”. Madrid, Turner, 2009. 

[3] Remontándonos a Antoni Muntadas.

[4] En relación al título del artículo, que remite a una entrevista que Maya Aguiriano realizó a Juan Muñoz en 1990 para Zehar – boletín de Arteleku. En esta, Muñoz decía «A mí lo que me gustaría hacer es una estatua, no una escultura, sino una estatua […].»

[5] Avgikos, J. Entre aquí y allá en Cooke, L. (ed), “Permítaseme una imagen… Juan Muñoz”. Madrid, Turner, 2009.

[6] Cita perteneciente al epígrafe de La náusea (1938), de Jean-Paul Sartre. Esta cita corresponde a pieza de teatro de Louis-Ferdinand Céline llamada L’eglise, escrita en 1926 y publicada en 1933.

FOTO CABECERA: (detalle) The wasteland (1986), Juan Muñoz. Bronce, suelos de vinilo y madera. Juan Muñoz Estate ©2017 JUAN MUÑOZ, VEGAP, MADRID.

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