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Conócete a ti mismo: “Tocar tierra” de Breza Cecchini

Breza Cecchini Ríu (Oviedo, 1976) en exposición en Mecha Estudio (Santander) hasta el 28.12.2024.

“Por encima del ídolo social,
el pacto original del espíritu con el universo”
Simone Weil

En el santuario de Delfos, aquel templo de piedra gris donde los antiguos griegos respiraban profecía, la inscripción “Conócete a ti mismo” pendía como un enigma tallado en el umbral. En ese mismo lugar, Pitia, aquella mujer vestida de misterio, era más que una sacerdotisa: era un canal entre lo terrenal y lo divino, sino también un canal hacia lo inexplorado, lo que se esconde en las profundidades del ser. Los peregrinos acudían al oráculo esperando una revelación, para recibir preguntas transformadas, metáforas y oráculos sinuosos. La inscripción “Conócete a ti mismo” era, entonces, más que un consejo filosófico: era una invitación a emprender un ritual de autoconocimiento.

De esta misma tradición mística parece emanar “Tocar Tierra”, la obra de Breza Cecchini (Oviedo, 1976). Con su pintura, la artista nos invita a su alquimia interna, un proceso psiconáutico donde la creación se convierte en una ciencia que va más allá de lo racional. En sus obras, el proceso artístico no es simplemente la materialización de una idea, sino un acto ritual, un canal para la manifestación de lo oculto. Como Pitia, Cecchini se convierte en un receptáculo de visiones, en un puente entre el mundo visible y el invisible. “Mis obras saben más de mí de lo que yo conozco. Lo afirmo de manera rotunda”, dice la artista. Como si cada pintura fuera una revelación en sí misma, una manifestación de lo no dicho.

En la naturaleza de su obra encontramos el folclore y lo espiritual, el barro y el musgo del bosque, en donde los caballos y los lobos transitan entre advertencias y acertijos. Lo femenino, como fuerza primigenia, se despliega aquí como una energía expansiva, conectada con la naturaleza salvaje, un espacio en el que las reglas de lo conocido se disuelven. “Mi trabajo es un escondite de una niña, una luna en acuario, una niñez más larga que la vida”, dice Cecchini. En su arte, lo femenino no se presenta de manera obvia, sino que se construye desde la intuición, desde una experiencia que trasciende la representación directa.

"Me brotan” (2024), Breza Cecchini. Óleo y pan de plata sobre lienzo. 30x40 cm. Fotografía por Ignacio Hergueta, cortesía de la artista y Mecha Estudio.
"Magia y fuerza” (2024), Breza Cecchini. Cerámica esmaltada. 31x40x40 cm. Fotografía por Ignacio Hergueta, cortesía de la artista y Mecha Estudio.

Encontramos a la artista como creadora, canal de su psique, en perfecta armonía para recibir la revelación. 

La Desesperación aún me encanta… ahí el folclore y la fantasía. También tengo inclinación a la medicina y al estudio de filosofías, misticismos, alquimias, viendo la dimensión mágica en lo que nos sana, No-escuelas de Alta Magia. Me interesan todas las culturas con todos sus dioses y, cuanto más toquen tierra, más cerca las veo del cielo. En ocasiones se me agolpan, así como los libros; al final, casi me influencian más los viajes no hechos o los libros que aún están por leer. La propia vivencia con todo lo que me es.

 Breza Cecchini

Breza se describe a sí misma como una artista que camina sin saber adónde va, pero que sabe que el caminar la convierte en lo que es: “No camino porque soy, sino que soy porque camino”. Este proceso de entrega radical al arte se refleja en sus palabras, que nos invitan a comprender la pintura como un acto de aceptación profunda, un constante ir y venir entre lo que se conoce y lo que permanece oculto. “Hay momentos que siento que vomito vida, mientras que otras veces pinto desde un lugar más amable”, explica la artista, mostrando la polaridad entre la intensidad y la suavidad en su proceso creativo. Así, cada pincelada se convierte en un camino hacia la comprensión, no solo de lo que está frente a ella, sino de lo que yace dentro.

A través de sus pinturas, Cecchini explora el territorio de lo no visible, lo que se esconde entre los pliegues de la realidad. El caballo y el lobo, símbolos recurrentes en su obra, se convierten en poderosas metáforas de fuerzas internas que la artista ha aprendido a reconocer y honrar. “Siento el caballo, su corazón tan grande y su temperatura unos grados por encima de la nuestra. Y lo siento a través de mí”, dice Cecchini, como si el animal fuera una extensión de su propia esencia. En sus representaciones, estos animales no son solo seres de la naturaleza, sino vehículos de conocimiento, protectores y guías en el viaje hacia lo profundo.

Sin duda, son metáforas y, ateniéndome a la verdad, siempre pienso que lo que es, no es, y lo que no es, es; por lo que ellos son mis emisarios para indagar lo que deseo saber, para concertarse en secreto con lo imaginario.

Muchos días veo más caballos que personas y su pulso acompasa el mío. Tal vez pertenezco a una cultura de caballos como los pieles rojas, los tuareg u otras, como el ritmo de un tambor atávico que  nos conecta. 

El lobo apareció de manera fortuita, a partir de una experiencia vital con un compañero tan inteligente como desbordado. Llega el momento de reconocer que su primera aparición en mi pintura fue un claro grito de denuncia. Es un animal con cualidades extraordinarias, como su fuerza en soledad, su cooperativismo y compromiso en equipo, además de las muchas magias que sospecho. Siento cómo escalofríos en la piel con ciertas coincidencias… Por todo eso le admiro y amo profundamente. Hace muchos cuadros que no son amenazantes; aunque lo aparenten, no son. Representan protección y custodia.

Breza Cecchini

Al observar y leer sus palabras, no podemos evitar pensar en Leonora Carrington, cuya obra también estuvo poblada de caballos, lobos y paisajes oníricos. Como Carrington, Cecchini reivindica una experiencia artística que se construye más desde la intuición que desde la representación concreta, de forma mágica y feroz: 

Se llamaba Virginia Fur, tenía una melena de varios metros y unas manazanas enormes, con las uñas sucias. Sin embargo, los habitantes de la montaña la respetaban, y ella se mostraba deferente con sus costumbres también. Es cierto que la población, allí la constituían las plantas, los animales y los pájaros; de lo contrario, la cosa no habría sido igual. (…) Virginia Fur vivía en un pueblo abandonado por los hombres hacía tiempo. Su casa tenía boquetes por todas partes; boquetes que había hecho ella para la higuera que crecía en la cocina.

Extracto relato “El séptimo Caballo”, Leonora Carrington.

La identidad femenina que explora, aunque a menudo está ausente en sus personajes, resuena con una fuerza primitiva, una naturaleza salvaje que está en constante tensión con la domesticación de la vida cotidiana: 

La naturaleza salvaje soy yo, domesticada en un aquí y pendiente de desbravarme en un no sé dónde (ojalá viviendo en un bosque de verdaderos lobos). Es como si mi vida se hubiese convertido en una fábula en sí misma y yo soy el personaje que reivindica la vida cuando no nos dejan bailar a ninguna de las Brezas. A la pregunta sobre mi identidad como artista, me doy cuenta de que va siendo sin que haya una intención deliberada en nada. Los lenguajes se abren paso de manera natural e inevitable. Segurísimamente, representan aspectos de mi propia experiencia femenina, lo femenino no es obvio. Sin embargo, creo que sí representan lo masculino adorado, sostenido, anhelado, querido…

Breza Cecchini

La obra de Cecchini no trata de dar respuestas definitivas, sino de abrir puertas a lo que está más allá de la comprensión. “Pintar me ayuda a separar el agua del barro en lo que respecta a mis emociones”, reflexiona. En este sentido, sus cuadros no son solo representaciones, sino vehículos de autodescubrimiento, un proceso continuo de revelación. La artista misma siente que sus pinturas pueden “imitarla” tanto como ella a ellas, estableciendo una relación simbiótica entre creadora y obra, un diálogo que nunca termina. 

Más de una fue muy notable en este sentido. Cuando fui a buscar el significado del título, a posteriori, de un cuadro de un Camino Rojo que había pintado con el alma, conecté con lo que significaba para los indios amerindios. Cantidad de veces miro mis pinturas y descubro que un elemento representado de forma azarosa, dice cosas que no comprendo, como si fueran parte de un tarot y, sin embargo, me son y me acerco a comprenderlas al ser mostradas, como un cielo con un lobo gigantesco agazapado en las nubes o contagiarme de las enfermedades de las figuras representadas. A veces es como si los cuadros me imitaran a mí y otras veces como si yo les imitase a ellos. Les tengo mucho respeto.

Breza Cecchini

‘‘Lobo mantilla’’ amantillado (2023) e “Hija de la fiera verde” (2023), Breza Cecchini. Fotografía por Ignacio Hergueta, cortesía de la artista y Mecha Estudio.
Montaje de “Tocar tierra” de Breza Cecchini en Mecha Estudio. Fotografía por Ignacio Hergueta, cortesía de la artista y Mecha Estudio.
Montaje de “Tocar tierra” de Breza Cecchini en Mecha Estudio. Fotografía por Ignacio Hergueta, cortesía de la artista y Mecha Estudio.

Su propósito parece situarse frente a esta compleja amalgama de visiones, sueños y pensamientos, para recibir una respuesta o formular la pregunta. No se trata solo de finalizar un cuadro, sino de recibir un aprendizaje o establecer un límite entre lo revelado y lo oculto.

En última instancia, el arte de Breza Cecchini se erige como un rito de aceptación y autoconocimiento, un acto que nos conecta con lo divino a través de lo humano. “En cierto modo soy lo que no entiendo. Pintar me aproxima a lo que verdaderamente siento más que ninguna otra cosa”, afirma la artista.

“Tocar Tierra” es una invitación a un viaje introspectivo, es la metáfora de lo humano, una interpretación de lo que no se puede expresar con palabras, una forma de abrazar lo incierto, lo oculto, lo salvaje. Es el compendio del conocimiento, más allá de nosotros mismos, “abrazar la tierra” desde la aceptación de nuestra propia naturaleza telúrica. Donde el acto de pintar es un acto de revelación, donde la peregrinación al oráculo de Delfos es un viaje al interior de nuestra propia alma. 

En cierto modo soy lo que no entiendo. Pintar me aproxima a lo que verdaderamente siento más que ninguna otra cosa. Somos el origen de todo el mal que nos acecha. No esperaría jamás esclarecer un asunto a base de darle vueltas y, sin embargo, pintar me ayuda a separar el agua del barro en lo que respecta a mis emociones o a las magias de la vida.

Breza Cecchini

De esta manera, el arte de Cecchini se presenta como un oráculo moderno, un espacio donde el espectador puede enfrentarse a sus propias dudas, emociones y deseos, y quizá encontrar un reflejo de sí mismo.

El arte nos ayuda a descender a las profundidades abismales de nuestra alma más que la psicología. Así, en mi proceso creativo, sacarme a bailar, a veces exhausta, otras esplendorosa, con los anhelos prendidos… ese grito toma forma y lo comprendo después. Muchos días cuando llego y pinto estoy mejor. No es una distracción o un pasatiempo, es una ciencia psiconáutica por derecho propio y cuando la dejo actuar en libertad es capaz de iluminar la oscuridad más allá de mi campo de visión. Es un diván y, aunque tampoco sea muy explícita, los cuadros lo saben y nos reconocemos.

Breza Cecchini

"Casi aupada” (2024), Breza Cecchini. Óleo sobre lienzo. 81x98 cm. Fotografía por Ignacio Hergueta, cortesía de la artista y Mecha Estudio.

REFERENCIAS:

 

-Simone Weil, Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social de 1934.
-Leonora Carrington. El Séptimo Caballo y otros cuentos, Siglo XXI Editores, 1992, México.

-Texto curatorial de Juanpe Sánchez López:

verde o azul

un día caí al mundo un día me caí al mundo y era una ciudad con luces cegadoras así que yo me desvié y me fui al bosque un día me caí al mundo y toqué tierra húmeda y de la tierra húmeda que toqué aparecieron las flores y los caminos de colores y de la tierra húmeda que toqué salieron todos los tipos de verde incluso ese verde que no sabes si es verde o azul y de la tierra húmeda como si fueran flores salieron algunos animales los estáis viendo ahí están los roces y sus coces los veis ahí están hay que llamarles con besos y ellos vienen les llamas con besos tiernos y empiezan sus retoces míralos qué bonitos hay caballos

en la vereda de nuestra imaginación en la punta del mundo real hay caballos tienen color del aire y del viento tienen el color de su velocidad y van muy rápido así que su color es un color que va más allá del tiempo si piensas en los caballos muy fuertemente se te aparecen y te saludan son profesionales de la emoción son como coches pero más bonitos no porque te lleven de un sitio al otro sino porque tienen pelo y les puedes hacer trencitas y porque tienen ojos y te pueden mirar muy de cerca y si posas tu oído en sus trenzas puedes escuchar su corazón ~pum pum~ ~pum pum~ que se acelera y es blanco como todos los caballos de este mundo y son blancos en nuestra imaginación porque en ellos se trenzaron todos los colores y se escaparon y son blancos porque todos están tocando el mismo suelo del que venimos y al que vamos todos están tocando la tierra que está muy húmeda y muy viva y cuando te descuidas ya están galopando y cuando te despistas va detrás tu corazón que ya está trotando

en nuestra imaginación se juntan las coces y los retoces de los caballos blancos con los lobos negros que no sé si son feroces y quizás vienen de los cuentos pero yo tengo unas botas color lobo de fábula y a mí me encanta pisar la tierra con ellas el mundo hace un sonido concreto cuando friccionan las cosas cuando se juntan las cosas con los caballos y los lobos el mundo hace un sonido específico que no sé si es verde o azul me gusta que friccionen mis botas color lobo de fábula con el mundo y con tu imaginación yo cojo los lobos y los tiendo así se secan yo cojo los lobos y me los pongo arriba y me chorrean yo cojo los lobos y los aparto y otras veces los abrazo y otras veces son mi sombra y se sientan encima de mí y otras veces me enseñan las fauces pero yo tengo unas botas color lobo de fábula y les enseñé a ser bípedos y les enseñé a huir de los arquetipos y de ser únicos y aprendimos juntos a huir de los finales de los cuentos

pensábamos que estábamos alucinando pero cuando llegamos de vuelta ahí está la tierra y la estamos tocando y el cuento ya no me importa he hecho uno nuevo y ahí siguen los caballos dándose de la mano dándonos la mano ahí siguen los caballos y la tierra que es distinta pero un poco igual y es dulce como los caballos es dulce a veces como los ojos de los caballos y como los recuerdos y tú tienes el corazón del color del corazón de los caballos es decir blanco muy rápido es decir color carrera del viento ¿no? ¿de qué color tienes tú el corazón? ¿es del color de mis botas lobo de fábula? ¿color tierra húmeda? ¿la estás tocando o te está tocando? ¿tú tienes el color del corazón de la tierra verde? ¿tú tienes el corazón de ese verde que no sabes si es verde o azul?

Mecha Estudio

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