a partir del arte urbano (con artistas como suso33 a la cabeza en territorio español), la relación entre trabajo artístico-espectador cambia para quedar inmersa en su tiempo y espacio. la consecuencia directa es que las obras que hacen los artistas urbanos se cubren de genuinidad e impulso primitivo: el arte vuelve a las paredes donde nació

Con artistas como Suso33 el arte emprendió un viaje del que nunca volvería: la experiencia individual de recepción se diluye en el tiempo y en el espacio y pasa a formar parte del contexto geográfico, histórico y social común.


A lo largo de la historia del arte, la relación del espectador con la obra siempre había sido irregular, basculando entre la compenetración absoluta y el no-diálogo-obradearteindependienteyautónoma. La experiencia individual y única de tiempos anteriores se abre paso entre la multiplicidad de medios y artistas, desembocando con los artistas -del siglo pasado- que dejan de actuar dentro del ámbito museístico para hacerlo desde un entorno común y propio: las calles. A partir de estas figuras, el arte urbano nace, crece y se alimenta hasta llegar a lo que es actualmente. Representantes como el transdisciplinar Suso33 fueron algunos de los que emprendieron tal aventura sin retorno en España.

Desde entonces, el momento de contemplación individual y único de la obra -asociado a un ámbito y una situación concretos como un museo o similar- se pierde y se enmarca dentro de un ambiente general de la ciudad, donde todo sigue sucediendo. El receptor ya no acude a un lugar, donde se tiene que comportar de una manera concreta y ritualizada, para poder contemplar manifestaciones artísticas, ahora pasea por la urbe y se las encuentra sin pretenderlo. 


En este punto, ¿dónde queda el espectador? La respuesta es clara: pasa a formar parte de la pieza como un todo discursivo; el resultado es una obra de arte total en la que los artistas urbanos -a partir de conceptos y motivaciones propios- no pretenden hacer un trabajo cerrado y aislado en cuanto a su significado, ni tan siquiera un objeto acabado. Con este paso crucial, la consecuencia es que las manifestaciones artísticas cobran vida en edificios, muros o trenes. Expuestas a la lluvia, a los cambios de luz y a la acción humana. Tales manifestaciones, además de estar a la espera de nuevas lecturas como cualquier trabajo de museo, tienen la característica común de que cambian continuamente, lo que incluye que pueden ser asimismo destruidas. 


La obra colectiva, de la mano de artistas como Suso33, representa algo más que el involucrar al público en sus trabajos; desdibujando así el frágil contorno de lo que es o no arte y lo que es o no susceptible de ser espacio museístico. La importancia de estos artistas estriba en derribar los conceptos tradicionales de lo que  se entiende como manifestación artística: ahora todo puede serlo y, lo que es más importante, la relación con el espectador es igualitaria y sincera, de tú a tú.


Las obras ya no nos miran con desdén desde las paredes, ahora rugen, gritan, lloran, se ríen a carcajadas. El arte vuelve a las paredes de las cuevas prehistóricas donde nació y no por poco técnico sino por su intención primigenia y su impulso genuino. El círculo se cierra y el Arte vuelve a sus orígenes.

Fotos cortesía del artista: Suso33

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