la poética abstracta tras el discurso de los trabajos de Ana Mendieta nos habla de una búsqueda de identidad incesante, de los roles de género, de la violencia y su denuncia y el cuerpo como ofrenda e instrumento. sus obras suponen un clamor por aquellos colectivos olvidados aplastados por la cultura hegemónica occidental -y por la violencia aplastante en general- y un grito de guerra en medio del panorama artístico contemporáneo

Fotografía: Sweating blood (1973) Ana Mendieta, película grabada en Super 8.

Las mujeres, al contrario de lo que se cree, siempre han estado presentes en el panorama artístico de todos los tiempos. Y no nos referimos a su rol de musas sino como ejecutoras y hacedoras de arte de primer orden. No obstante, la profesionalización de su trabajo no corrió paralelamente a su labor como artistas. Dentro de esto, la economía también jugaba un papel fundamental. Con el paso de la modernidad y la posmodernidad llegamos al amplio -y aún prácticamente desconocido- mundo del arte contemporáneo. Las performances y las obras híbridas ejercen un rol principal en esta etapa histórica del arte. En este lapso del espacio-tiempo se inscriben figuras como Ana Mendieta.


Lo más sobresaliente de la obra de Mendieta es la manera en que no concibe su cuerpo como un ente independiente de su trabajo; su cuerpo es la máxima manifestación de su arte. La obra de Mendieta  es un grito, una expresión de su propio entorno y una llamada de atención a la sociedad en la que se encontraba inmersa; Mendieta, de procedencia cubana, se expresa en la tríada religión-cuerpo-rito.


Dejando a un lado la dimensión conceptual de la artista, es necesario remarcar su marcado carácter ceremonioso y performativo; a través de su trabajo nos va remitiendo a detalles de su vida misma: sus creencias, su identidad, su posición como mujer -y artista- en sus diferentes entornos. Además, Mendieta realiza fotografías o películas de sus performances e instalaciones (o intervenciones en el espacio) por lo que asistimos a través de sus obras de una doble ritual teatralizado, una doble performance. 

 

Ana Mendieta hace un uso de su cuerpo de una forma mucho más personal que otras artistas cubanas como Marta María Pérez Bravo, también inscrita en la performance/fotografía. En el caso de Marta María, su producción trae a la contemporaneidad ciertas costumbres religiosas arraigadas a los ritos afrocubanos pero los introduce en un limbo temporal, en el que nos obliga a reflexionar sobre esa homogeneidad -homogeneidad europea encubierta- cultural a la que la globalización nos somete. De otra manera, su trayectoria artística también nos habla sobre feminismo y en relación a este punto, con el fetiche cultural-objeto, tan arraigado en la sociedad occidental. Esta artista latina reporta un especial interés además de por la conceptualidad de su obra y la doble condición de artista latina y mujer, por la importancia del cuerpo en su trabajo, pero no siendo él mismo lo esencial, ya que se convierte en otro cuerpo, a diferencia de Ana Mendieta. 

 

En Glass on body (1972) de Mendieta, la artista se sirve de su cuerpo en tono crítico y reivindicativo ante una sociedad que le oprime por mujer, por latina y por artista. El estar racializado es un hecho que persiguió a la artista y que denunció en muchas de sus obras. En este trabajo contemplamos un autorretrato de Mendieta. Los autorretratos de arte contemporáneo ya no son óleosobrelienzo con la mimesis como eje principal; son representaciones subjetivas que, lejos de ser personajes e intransferibles se erigen como un símbolo mucho más genérico. Si bien es cierto que en esta obra el rostro es importante -al contrario que en Pérez Bravo- porque la artista añade un cariz personal, pues la totalidad de su obra es autobiográfica. Aquí, diferentes partes de su cuerpo chocan contra un cristal cómo metáfora de la sociedad que como colectividad la avasalla.

 

Otra de las obras capitales de la trayectoria de Mendieta es su serie Siluetas (1973-1980). A medio camino entre el land art, la fotografía y la perfomance, la artista se traslada a la naturaleza, a donde pertenece. En esta serie de fotografías, Mendieta -o más bien su huella- hechas durante siete años aparece cubierta de flores, entre rocas, contorneada por fuego, nieve o ceniza. Vida, muerte, libertad aquí representada de distintos modos; Siluetas nos muestra el regreso de Mendieta a su patria figurada, el lugar del que proviene, como en su momento ya lo describió Homero en la Odisea. Ulises regresa a su hogar y Mendieta retorna a la madre tierra, de donde partió en su exilio. Su cuerpo ya no es lo importante sino la ausencia de él, dicotomía presente en Siluetas. Se trata pues, de una de sus obras más personales y autobiográficas. 

 

De esta manera, Ana Mendieta se nos revela como una artista fundamental y necesaria en nuestra época. Sus trabajos hacen las veces de cartografía sui generis en primera persona. Una cartografía privada en la que la premisa fundamental es la identidad -que nos aparece en constante producción- y todo lo que conlleva tras de sí. Esta cartografía es un lugar «donde la identidad y sus proyectos se convierten en lugares de creación y de unión, en espacio de transición de distintos colectivos que regresan al estado primigenio para poder así establecer los contactos con una realidad múltiple que confiere otros espacios de reescritura a las identidades» en palabras de la doctora en historia del arte Elizabeth Marín Hernández en Multiculturalismo y crítica poscolonial: la diáspora artística latinoamericana (2005).

 

Ana Mendieta, busca, interpreta, vive, muere, renace. 

Ana Mendieta, que interpela directamente al receptor, lo incomoda, lo denuncia, lo hace arder y vivir una catarsis. 

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