los tres meses que pasé en mi casa con un despido temporal a raíz del confinamiento fueron los mejores meses de mi vida desde que me fui de casa

Me parece bastante significativo no ser, ni por asomo, la única persona que ha manifestado haber estado mucho más feliz en pleno confinamiento que durante la vuelta paulatina a la vieja rutina, costumbres y obligaciones.

 

La exoneración de nuestras responsabilidades y la reclusión a nuestros hogares han resultado ser totalmente liberadoras. Para aquel individuo fuerte, que es todo hacer, y que disfruta de la soledad esto ha sido un remanso de paz. Este período ha servido para destrozar la mayoría de costumbres, valores morales y relaciones sociales que teníamos edificadas en torno a nuestra vida en sociedad. En este contexto de destrucción casi total de nuestra anterior vida, se nos ha brindado una oportunidad de oro para reconstruirla a nuestra medida. 

 

Disponiendo de todo el tiempo para nosotros, hemos generado una nueva rutina, nuevos hábitos, quizá nuevos hobbys, nuevos valores y, en definitiva, una nueva vida completamente hecha por y para nosotros. Dentro de las limitaciones a las que aún estábamos sujetos como individuos subyugados bajo los mecanismos de control estatales, claro. Quiero decir, el estado sentenció: no puedes salir a la calle más que para un limitado abanico de opciones ni puedes hacer ninguna de estas otras cosas; en tu casa y con tu tiempo, haz lo que más te plazca.

 

Para alguien fuerte, inteligente, curioso y, por supuesto, que tuviera unas condiciones habitacionales y económicas en las que poder desenvolverse sin ninguna preocupación añadida, esta ha sido una preciosa ocasión para desarrollarse personalmente, avanzar, crear y ser feliz o, al menos, experimentar un estado de ataraxia. Esta persona no necesita ninguna de las superficialidades de la vida mundana; no necesita del ocio superfluo de la vida exterior ni de los eventos sociales, se basta consigo mismo (y virtualmente con su gente más cercana) y con un buen alimento para el cuerpo y el espíritu. 

 

Así, la desaparición del conjunto moral y la supresión de las relaciones laborales de nuestras vidas ha resultado ser un hecho bastante revelador de qué es lo que nos enferma: la moral actual, la pertenencia a un sistema productivo atroz que aniquila al individuo -convirtiéndolo en un simple engranaje- y la existencia de una amplia gama de distracciones que nos alejan del autoconocimiento. La vuelta a nuestra vida anterior y al sistema tradicional no erigido por nosotros nos ha devuelto lo que quieren que nos pertenezca eternamente: el sufrimiento.

Categoría: no

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