más de una vez habrás pensado en quitarte todas tus redes y posiblemente si has llegado a hacerlo, aunque sea temporalmente, habrás experimentado una sensación bastante agradable

Como todos bien sabemos, las redes sociales han ganado una popularidad inmensa. Actualmente, pocas personas con acceso a internet pueden jactarse de no tener creado perfil en alguna. Afortunados aquellos que puedan afirmarlo. ¿Qué tienen, pues, para habernos atrapado así?

 

De entrada, tienes que crearte un perfil: una representación de tu yo. No te conoces a ti mismo y te ves en la tesitura de definirte. Escoges la fotografía que más te favorezca y ensalzas los rasgos de tu personalidad que más te apetezca resaltar. Por el momento te has construido una pequeña máscara para una parte de tu yo que juras conocer.

 

Dado el paso inicial, toca continuar tu tarea de escultor, tallando uno a uno los demás rasgos, características, pensamientos, gustos… Pero, atención, aquí es donde entra cómo quieres ser visto. Vamos a suponer que te odias, te machacas con la culpa por no ser como te gustaría ser, eres envidioso y te sientes inferior. Esto es bajo, débil, humillante, ¿para qué querrías enseñar eso? Nadie te conoce verdaderamente; pero nadie, ni siquiera tú. Tienes total libertad para tapar estas bajezas y construirte un nuevo yo para los demás. Piensas lo que quieres mostrar, o lo que crees que quieres, y manos a la obra.

 

Las redes sociales tienen la particularidad de que, además de conectarte con tu entorno cercano, presencial, te pueden acercar a un gran número de desconocidos. Así, buscarás resaltar todavía más aquellas cualidades que tú consideres -o que tradicionalmente se consideren- buenas y deseables para captar la atención de cuantas más personas mejor. Has conseguido que otra gente se interese por ese espejismo de tu vanidad insatisfecha. Te sientes bien, echas un manto de alabanzas, cumplidos y atención sobre tu odio y tu humillación. Ya no piensas tanto en ello. Tu existencia es un poco menos miserable. Te consuela esta sensación y no te alejas de ella. ¿Para qué? Has encontrado un bálsamo. Así que sigues.

 

Tu yo real, el que no conoces, y tu yo ficticio comienzan a fundirse. ¿No eres tú, acaso, ese que tiene tu cara en la foto, tiene tus gustos, tus opiniones…? Eres inequívocamente tú. Tú y nadie más mueve los hilos de ese muñeco creado a tu imagen y casi semejanza que eres tú mismo. Realmente, no estás engañando a nadie. Eres en tanto que te perciben los demás. Lo que tú has decidido dejar traslucir eres exactamente tú, pues es lo que las otras personas ven de ti. 

 

Partiendo de tu propio desconocimiento, has transfigurado tu yo a algo irreal, insincero; a un hábil subterfugio en el que poder ocultar tus flaquezas (o lo que crees como tal). No eres capaz de encontrarle un sentido a la existencia y a tu sufrimiento, pero sí has conseguido un refugio donde esconderte de él. Y te ha atrapado. 

Categoría: no

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicaciones relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba