los dadaístas intentaron despojar al público de creencias preconcebidas en torno al arte que les rodeaba. fue la vanguardia que encabezó la revolución contra lo racional aplicado a todos los estadios y aunque fuera a principios del siglo XX, es tan necesaria ahora como lo era entonces

Nos movemos en el mundo a través de la lógica, intentando racionalizar todo a nuestro alrededor para evitar el descontrol, el desorden, la inseguridad; el Caos. Las sociedades actuales son el resultado de ese proceso lógico y, a través diversas creencias -no relativas necesariamente a la fe-, creamos teorías y explicaciones racionales para un mundo que no lo es. Esto nos ha llevado a actuar en relación a interpretaciones y concepciones -muchas ajenas- y no realidades, lo que incide directamente en el mundo del arte.

 

El ser humano tiene un sentido de supervivencia, que es inherente a él mismo: la interpretación de todo cuanto tenemos alrededor para sentirnos más seguros, lo que incluye las obras artísticas. Este hecho trae consecuencias de dudoso favor para el arte, ya que implica tener una serie de conocimientos preconcebidos -que ni siquiera son propios- que nos impiden ver la realidad de aquello que observamos. Estos dogmas son simples reflejos de las sociedades -y no solo actuales- pasivas que aceptan como verdades categóricas cualquier conocimiento que les viene dado. La inevitable consecuencia de esto es la limitación del arte, desconectándonos de su esencia verdadera y aceptando el significado que nos proporcionan ciertos intermediarios, ya sean museos, galerías o críticos.

 

Esta actitud pasiva ha sido cuestionada por artistas de diversa índole y diferentes momentos históricos, como los dadaístas de principios de siglo, el pop art -que finalmente cedió de manera sumisa ante el mercado- o por artistas contemporáneos. Estos artistas pretendían acabar con esa mecanización humana para que veamos sin interpretaciones artificiales. De igual manera, esto es fácilmente ejemplarizante con los títulos de las obras, tan criticados en ocasiones en arte conceptual y abstracto por la distancia que vertebra su propio contenido. Los nombres de las obras nos determinan y conducen directamente a una concepción ajena, contra la que podemos luchar pero no queremos. Un título da a una obra una seguridad para todo aquel que sea testigo de ella, dotándola así de un sentido lógico y seguro, como el mundo en el que idealmente querríamos vivir. Este escrito pseudoensayístico solo tiene una pretensión: intentar evitar que, como seres humanos, coartemos la infinidad de posibilidades de las que disponemos por asirnos a conceptos seguros y tangibles. O no, eso ya es decisión propia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicaciones relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba