It is about a shared life, about afternoons on a boat, mornings in the library and long nights in the squares. / A life in common, the shared word.

Josune Dega, texto distribuido en la exposición It’s me, La Nacional (Nueva York), abril de 2022.

Existe un momento de descuadre o desenganche al llegar a casa tras la jornada laboral y hallar un cierto tipo de silencio. Se trata del eco seco de las impresiones no pronunciadas, las ideas no dibujadas por la voz propia en contacto con el oído del otro, los otros. Es también el de nuestro oído sin recibir esos dibujos desde fuera de nosotras, que son las formas para una plaza común hecha de risa, frivolidad, reflexión o recuerdo. Ese desenganche comparte el color de un teléfono vacío durante horas, un paseo cotidiano sin saludos o la indiferencia suspicaz que a veces encontramos en un entorno de trabajo. Es una suerte de vacío o hueco esencial que se acomoda en nuestro pecho, se cronifica creciendo, y nos hace buscar (series en streaming, citas en línea, actividades deportivas en grupo o en solitario, excursiones que son incursiones de apenas dos días, un agite, un movimiento hacia fuera) algo que lo llene o lo tape, lo aligere o lo alivie.

 

Al mismo tiempo, sin embargo, nos abruma tocar el hueco, ni siquiera tantearlo con las yemas de los dedos, rodeado como está de preguntas que se punzan y encarnizan sobre el cómo vivimos, cómo sentimos, qué ocurriría si, cómo sería. Momentos antes de dormir practicamos el scroll down, el leve gesto de desplazar la pantalla del móvil hacia abajo; es tarde y tenemos que dormir pero antes, solo un poco, un leve amaine en el río de imágenes discursos, ruidos familiares dislocados, de nuevo estrategias para esquivar el hueco.

Josune Dega, Ainhoa Ayerdi (2021), de la serie “People around me” (2020-presente). Acrílico sobre papel, 42,6x16,75 cm.
Josune Dega, Un verano en Mallorca (2020), de la serie “People around me” (2020-presente). Acrílico sobre papel, 42,6x16,75 cm.

Una se pregunta por qué esta intuición creciente de que algo falta y por eso el hueco, el desfase con lo demás. Se trata de un desenganche con nosotras y con las otras, que en cierto modo también somos nosotras. ¿Es esta una de las formas en que nos construye o nos funda la historia hoy?, ¿en esta falta o descuadre irresuelto, horadante, en este no reconocer cómo necesitamos a las otras, a las otras con nosotras? Una piensa entonces que alienación viene del latín “alienus” (“ajeno”), y a su vez de “alius” (“otro, distinto”), que esto es como estar escindida y fuera de una misma, fuera de todo, movida por un anhelo derramado alrededor en busca de qué. Una se imagina a veces como una isla, la imagen que con quince años leyó en Cortázar, y el apartamento que habita sola en Madrid por 500€ al mes, la ganga, como unas paredes que tragan y sepultan y nadie se enteraría si pasara algo, el qué, no se sabe, algo.

 

Otras veces el desenganche puede encontrarse con resortes inesperados que nos acercan a entenderlo, como aquel texto de la dramaturga Bojana Kunst que me envió un compañero de la universidad hace unos meses [1], en el que reflexionaba sobre las llamadas instituciones culturales “participativas” [2]. Kunst proponía la idea de “aislamiento socializado” para pensar los eventos-acciones que algunos museos y centros de arte desarrollan, desde hace unas décadas, con el fin de acercar a las personas entre ellas. Producir encuentro, desencadenarlo. Sobre todo desearlo por sí mismo, porque es necesario, y por tanto útil, y por tanto bueno. ¿Acaso se resuelve así el pecado original del arte, su naturaleza accesoria o prescindible, como decía Claire Bishop, abocándose a una tarea ética renovada, casi humanitaria, que sería la de “juntar a gente separada”[3]? El arte parecería arrogarse ahora la responsabilidad de reparar el “social bond”, el lazo social, en nuestras sociedades, deshilachadas por la precariedad estructural de este capitalismo a deshora.

Y sin embargo, en estos encuentros, no llegar a tocar hueso. Que resulten en un grupo de cuerpos que no resuenan, desimantados, desenergizados; que rayen en la hiriente imposibilidad de la molécula, un archipiélago de islas solas. Kunst insistía en la exclusión de la dimensión comunicativa del ser social que se daba en estos eventos, una expresividad apagada por la subjetividad contemporánea, produce-consume-reflota, sobre todo no te hundas, no hay tiempo para mirar atrás ni tampoco alrededor. En ese sentido, decía, este tipo de encuentros nos permitían “estar juntas” sin ninguna consecuencia en nuestras vidas, sin efecto ni afecto, participando de una esfera social, la actual, tan fragmentaria como inexpresiva, acostumbrada a palabras amortiguadas como desde el otro lado de un muro.

Josune Dega, Mi cabeza y el Estatuto de los Trabajadores (2022). Acrílico sobre lienzo, 40,64x50,8 cm.

Hay otro tipo de resortes de comprensión que enraízan estos marcos teóricos en el día a día. En este caso fue un encuentro en abril con una amiga del pasado, Josune Dega, cuando ambas estábamos viviendo temporalmente en Nueva York. Hablábamos de la vida y los cambios cuando me contó que estaba empezando a mostrar su trabajo artístico tras años de intimidad, y que había conseguido un espacio en la ciudad para celebrar su primera exposición a finales de mes. “Fragmentario” es el adjetivo que ella usó para describir el tipo de costumbrismo que recoge en su obra, hecha de pinturas, miles de vídeos pequeños, apuntes, diarios, fotos. Trozos y restos, presentes despiezados que parecen un archivo propio del entorno. Recuerdo cómo se entretejía nuestra conversación, que duró días y semanas y todo aquel mes entero, con ese montón poético que era su obra, mientras descifrábamos qué era vivir en Madrid, qué era vivir en Nueva York, qué era la historia en nosotras.

Josune Dega, detalles de Abuela Dori (2021) y Autorretrato (2022). Acrílico sobre papel, 45,7x61 cm.

En su trabajo abundan los retratos, y quizás no hablamos de algunas de las estrategias más comunes de evasión del hueco, pero sí aparecen móviles encendidos en estas pinturas, además de rostros incómodos o incomprensibles, desencajados, con ojos dirigidos hacia un lugar que no reconocemos pero intuimos, quizás el afuera que fuga nuestro movimiento escapando de lo incómodo-doloroso. Hay pinceladas gruesas, casi escultóricas, alrededor de ojos, narices, bocas; pinceladas que subrayan los rasgos como diciendo “existen”, “ocurren”, “esta cara está en el mundo”. También está el propio rostro de Josune en autorretratos en los que busca reconocerse en medio de la escisión. Estas últimas son pinturas que parten de un selfie para las redes, y que en un lugar de su diario vi que explicaba como otra forma de comunicación: contarse frente a las otras ante la imposibilidad de hacerlo frente a una misma, de nuevo el desenganche.

 

Estas pinturas son hitos de un camino más amplio, anudado a la propia vida de Josune; un camino que es también el de otras muchas personas dentro, fuera y entremedias del arte. Este se pregunta en qué consiste hoy ser o existir, especialmente el existir juntas, en un momento en el que parecemos proliferar solas. Ella lo intuye como un ejercicio comunicativo (“una vida en común, la palabra compartida”) que nos permite concordar con las demás frente a la inexpresividad, la desconexión, la crisis de palabras.

El manifiesto de la exposición junto al diario de Josune Dega, mayo de 2022.

En mi altarcito de ídolos nunca faltan las décadas previas al despunte neoliberal, los largos años 60 y sus deseos, y al leer el manifiesto-volante que Josune distribuyó en su muestra recuerdo que crisis de palabras es el título de un libro de Daniel Blanchard, participante en las revueltas del 68 en París y militante de Socialismo o Barbarie[4]. Allí hablaba precisamente de este límite que nos habita hoy: el que impone la imposibilidad de movilizar la expresión en comunión con las demás, con una misma y con el ejercicio de compartir “verdad”. Esta separación que apaga nuestras voces en post de una rueda productiva, escurridora de tiempos, deseos y necesidades, impidiendo “lo de la comunicación”, es decir, el intercambio recíproco o mutuo, un transitar hacia el otro, salirnos de nosotras mismas para transformarnos[5]. La obra de Josune nos invita de algún modo a entrar en este otro lugar, una comunicación que abarca y abraza, donde no solo hay simulacro sino acción contra el aislamiento, “yo te miro y tú me miras, nos reconocemos”, plasmada en sus obras. Esto puede rastrearse en la serie “People around me”, que continúa ampliando desde 2020, un conjunto de pinturas que retratan a familiares, amigas y conocidas, elaboradas a partir de fotos, vídeos, apuntes y bocetos en sus diarios. Se trata de una estrategia para catalizar esta relación con los otros, a través de una representación que es reconocimiento.

Josune Dega, Mujeres discuten (2022), de la serie “People around me” (2020-2022). Acrílico sobre papel, 61x41,7 cm.

La propia exposición, aquel martes 26 de abril, se había convertido en una suerte de “hogar español” en Nueva York apuntalado por las manos de varias amigas (limpiamos, montamos, tocamos música, servimos copas), también presentes en los retratos y vídeos. Fue en La Nacional, un enclave histórico que había sido albergue para exiliados durante la dictadura franquista, y que hoy se presenta como centro cultural y restaurante comunitario. En la muestra incluimos muchas de las pinturas de “People around me”, así como dos piezas de vídeo realizadas en México y Bilbao y varios autorretratos de Josune. La propia exposición marcaba un ritmo distinto, como detenido, obligándonos a parar y mirar entre la luz tenue y las cortinas entrecerradas que resguardaban la sala. La exposición eran también los grupos de sillas que distribuimos en el espacio, invitando a formar corros, a acomodarse mientras se charlaba con cierta calidez, en fin, en esta ciudad de narcisos. (Yo misma me encargué de deshojar un generoso puñado de flores, tulipanes y narcisos que son flores neoyorquinas, recogidos en algunas de las avenidas centrales de Manhattan y después salpicados sobre las escaleras de entrada al edificio).

 

Un compañero de la Universidad de Nueva York me decía que aquí nadie se conoce realmente entre sí, para después hablarme de Ronald Reagan, la ideología de la self-sufficiency y la pérdida de tejido social. Las semanas previas, mientras preparábamos la exposición, pensábamos cómo podríamos retomar la pregunta que se hace Josune en este contexto. ¿Cómo es vivir juntas en un lugar donde el presente se entiende como una inversión (“investment”) o pérdida de tiempo-esfuerzo-dinero? Su obra y la muestra parecían irrumpir tenues pero interrogantes en este cisma, mostrando otra manera de acercarnos, como tomándonos más en serio entre nosotras. Es esta una manera que se inicia en las coordenadas de un sur de Europa todavía hecho de plaza, bar y sillas a la fresca, que se abre en las manos-ojos de Josune a través de sus piezas y las historias que en ellas se entreveran, y que emerge en un Nueva York barrido por una estructura socioeconómica de extractivismo, precariedad y aislamiento.

Josune Dega, fotogramas de los vídeos filmados en Nueva York, abril de 2022.

En su obra hay también una colección infinita de vídeos capturados en distintas ciudades. Por este motivo, decidimos iluminar la sala con un puñado de focos tenues, pero también aprovechar la luz de una pieza compuesta de multitud de grabaciones tomadas en Ciudad de México, “un monstruo en espiral […] que florece día a día en ese colorido caos”. La obra se proyectaba en una gran pantalla al fondo de la habitación, y el sol blanco de la capital mexicana bañaba el espacio siendo suficiente. Se trataba de tomas breves, muchas de apenas 15”, como “detalles de la realidad en los que se juega el infinito”, me dice, y que se combinaban partiendo la pantalla en uno, en dos, en tres. Están las calles, las basuras, las comidas humeantes, los letreros, los trenes, los coches, los animales. Están las personas que ríen o dudan, se miran, se absortan, saludan o abrazan. Josune despieza qué es existir en Madrid, qué es existir en Nueva York, y en este caso qué es existir en Ciudad de México, los lugares en los que ella misma ha vivido. También aparecemos nosotras, las que le rodeamos, muchas veces hablando y sonriendo, otras fumando o bailando, registrando la convivialidad, de algún modo esa “palabra compartida” en ejercicio.

Josune Dega, fotogramas del vídeo filmado en Ciudad de México, julio de 2019.

En aquel vídeo había mucho sol, como también hay soles en varios de sus retratos. “El sol de los sueños grandes”, lo llamó una vez, y me hablaba de la posibilidad de un materialismo idealista, o de un idealismo materialista, sobre cómo sería poder soñar o imaginar nuevas miradas, palabras o tactos sin renunciar a que los pies toquen la tierra, reconozcan los límites, las estructuras que nos construyen y limitan y su violencia encarnada. Entonces aquellos momentos en los que no hacemos nada más que ser, solo existir contemplando, momentos de no extraer, no producir, se presentan como una precondición para este soñar o este sol. Finalmente se trataría de recuperar espacios y tiempos donde ejercer el juego y la contemplación, nunca más vistos como un privilegio sino como un derecho a ampliar, y estas imágenes serían el rastro en el mundo de esta reivindicación. Trabajar menos, producir menos, vivir mejor. Matizar la idea de lo que es una vida digna, una vida que merezca ser la pena vivida, mientras truncamos el derecho al trabajo asalariado por el derecho a la pereza. O más bien el derecho al juego.

Josune Dega, Jem, The Philosopher (2022). Acrílico sobre papel, / Hinnckley Place (2022). Acrílico sobre papel, 45,7x61 cm.

En su diario ella escribe que

para ejercer la capacidad intuitiva se necesita tiempo y estimulación. La cultura de este siglo nos aniquila, no solo físicamente […] sino psíquicamente. No hay momento para el ‘no hacer nada más que ser’, no hay momento para la contemplación. Hasta los ratos libres, los viajes en el metro, un paseo por el parque… se han convertido en minutos de tragar imágenes. Me cuesta no creer que realmente estamos peor que nunca; que esta ‘vida humana insostenible’ va a explotar.

 

Pienso en esta explosión a punto de ocurrir y en cómo los juegos-obras de Josune consiguen tocar el hueso, en cómo ella se propone, nos propone, alguna otra forma de estar. La estructura sencilla, como abocetada, de retratos como “Jen, la filósofa” o “Mujeres discuten”, parece remitirnos a la recuperación o registro de estos instantes de convivencia, implosionando en colores intensos sobre un papel siempre al alcance de las manos. Son formas y dimensiones que podemos entender, tocar, hechas de materiales también accesibles, baratos. Pareciera que más que retratos estas representaciones son un manifiesto, una toma de posición: afinar la mirada y el oído para reconocer al otro, aquí, ahora, con lo que haya.

 

Tengo que volver otra vez a Blanchard hablando de lo que sería una vida libre o emancipada. (Entender que Blanchard es un síntoma o portavoz de ese mundo anterior despierto, lo que me hace pensar en el modo en que la historia se construye también de intuiciones vivas que vamos transmitiendo, heredando y modelando a través de personas que conversan o comparten). Regreso a su idea de que la actividad creativa libre es una precondición para “el empleo profundo de la vida y la comunicación”. En el acto de pintar y filmar que ejerce Josune, pero también en la conversación que ocurre entre nosotras mientras dibujamos un mundo distinto con nuestras palabras, se abre una perturbación o intervención, el colapso de la costumbre que nos separa. Hay otros usos de la vida donde no cabe el desenganche, donde este se resuelve, se sutura, y en este caso se trata de crear una pintura y ofrecerla a las demás, que esta pintura nazca precisamente de un encuentro con el otro (una conversación, un viaje, una comida) y que radique ahí su sentido.

 

Y por último está el amateurismo. Es una palabra recurrente, pero escribo aquí una vez más lo que significa: viene del latín amator, el que ama, y nos habla de un tipo de amante. El que ama haciendo. Lo escribo porque Josune no estudió para crear, pero esto le llegó a las manos, a los ojos, y parece importante. Quizás era irremediable, era pesada esta incomprensión del hueco y el mundo y ella en él, igual que lo era su deseo por comunicar, por amar lo demás mientras intentaba entenderlo. Por eso necesita registrar poéticamente espacios de vida, las personas que los habitan. Pienso en ese camino de tímidos grandes nombres enhebrados en la historia de las artes que, sin llevar un sello, toman distintas herramientas para componer algo, construirlo para proponernos, y Josune haciendo estos objetos, puntuando esta palabra compartida con colores formas poesía juego. Hay una forma de belleza y verdad en este gesto, en la intuición que se agarra para modelar una mirada concreta en el mundo. Hay belleza y verdad en esa última hora cuando, al llegar a casa y sentir el silencio, escoges un cuaderno a pesar de todo, a pesar del cansancio o el tedio, eliges un pincel, el editor de vídeo o una llamada telefónica.

Una página del diario de Josune Dega, mayo de 2022.

NOTAS AL PIE

[1] Este compañero es Jesús Carillo, profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, siempre comprometido con el pensamiento de nuevas formas para una cultura pública radicalmente democrática. De nuevo aquí quiero darle las gracias por siempre brindarnos esta y otras tantas lecturas, ideas e inspiraciones que abren los entresijos del hoy.

 

[2] Kunst, Bojana. “The Institution Between Precarization and Participation”, Performance Research, 20 (4), 6-13.

 

[3] Bishop, Claire, “The Social Turn: Collaboration and Its Discontents” (pp. 1-40), en Artificial Hells. Participatory Art and the Politics of Spectatorship (Verso, 2012).

 

[4] Blanchard, Daniel. Crisis de palabras. Notas a partir de Cornelius Castoriadis y Guy Debord (Acuarela & Antonio Machado, 2007).

 

[5] Señala Raymond Williams, a propósito de la palabra “comunicación”, que esta proviene del latín “communicare”, que a su vez viene de “communis”, común, “make common to many, impart”. En esta entrada, Williams insiste en la reciprocidad entre las partes inherente al proceso comunicativo, desechando la idea de que este consista en una mera transmisión unidireccional de informaciones. En Williams, Raymond. Keywords. A vocabulary of culture and society (Fontana, 1976, p. 62).

 

Web de la artista: https://josunedg.com

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